Casa Real

Segundo aniversario

La Razón
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Aquel 19 de junio cumplía yo los cuarenta y, paradojas del destino, me vi informando del acontecimiento en la calle. Nos habíamos conocido a los veinte, empezando a ser periodistas. Morirá conmigo, no antes, la imagen de ella en el Rolls, saludándonos, transmutada en reina.

Ese día los españoles asistimos a una renovación monárquica necesaria, aunque de inciertas consecuencias. Hoy sí. Hoy podemos alzar los brazos y aplaudir a estos Reyes. Sin pretender alinearme con la causa monárquica, la Corona española me parece hoy un elemento de equilibrio en medio de semejante marejada social y política. Sus representantes brillan en la faena. Sólidos y conscientes del momento, estos Reyes nuevos consiguen despuntar como embajadores de la marca España. Su crédito creciente contrasta con nuestra clase política, sumida en el limbo de las acusaciones y obligada a agudizar su chispa para rescatar el interés de una población más que hastiada de la película. Solo los partidos recientes parecen dominar hoy el arte de lo ingenioso. ¿Colau nos prohíbe ver a la Selección en la calle? Espera, que monto un mitin con pantallón y nos hacemos la foto. ¿Y cómo nos vendemos? Marchando un envoltorio con forma de catálogo de IKEA y unos cromos del equipo «Unidos Podemos».

Mariano Rajoy visitará esta semana, primerizo, «El Hormiguero», y ya va tarde. En el PSOE, atribuirse la socialdemocracia y el pasado glorioso no sólo no les basta: les confirma terceros en intención de voto a escasos seis días de las elecciones. El acabose. Zapatero se lo sugirió el otro día a Susanna Griso: «Si las cuentas no nos salen el 26-J, habrá que echarle imaginación». Y tanto. Me temo que también toneladas de temple para frenar la propia escisión socialista.

¿Obsoleta la institución monárquica? Pues ahí les tienes: valoración al alza en su segundo aniversario. Siete de cada diez españoles aplauden la labor de este Rey. Persisten, creo que muy injustamente, los dardos a ella. Sabemos que algunos sólo buscan basura debajo de las piedras. Oigo, leo y se me pone la sangre... azul, no. «Hecha agua», como diría mi madre. ¡Movió la ceja! ¡Tuvo un novio republicano! ¡Llevaba un vestido horrible! Basta ya, viejas del visillo. La conocí a mis veinte y hoy, en cualquier cobertura, ella sigue acercándose, llena de preguntas. Deseo que todos cumplamos muchos más.