Estados Unidos
Semana de pasión
Superada la convención republicana, llegan los demócratas a Filadelfia. Devoramos el petardazo de Melania Trump, el paroxismo de Rudolph Giuliani, el desfile de actores de cuarta, el show de un Ted Cruz valiente y tahúr y la hecatombe global pronosticada por Trump disfrazado del pistolero William Will Munny, aunque yo le veo más en el papel de Bob el Inglés. Nos contaron que, por contraste, la reunión de sus rivales sería una exhibición de realpolitik. Ja. Apenas dos días antes de arrancar, Wikileaks filtraba veinte mil correos electrónicos del aparato demócrata. Su lectura demuestra que algunos chambelanes, obligados a ser imparciales, intrigaron durante las primarias para derribar a Sanders, y ya sabemos que no existe nada peor que darle la razón a un paranoico. Cualquiera les dice ahora a sus partidarios que el club Bilderberg y la Trilateral no guardan, junto a marcianos en conserva, nuevos planes de sabotaje en el Área 51. En una maniobra clásica de control de daños, el partido ha obligado a dimitir a la presidenta del Comité Nacional Demócrata, Debbie Wasserman Schultz, que incluso con la que está cayendo todavía aspiraba a sus cinco minutos de púlpito y foco durante la convención. Entre tanto, Robby Mook, jefe de campaña de Hillary Clinton, ha acusado al espionaje ruso de orquestar el robo de los correos. Las razones del oso ruso serían obvias. Trump ha repetido esta semana que o bien los miembros de la OTAN asumen sus responsabilidades, sin especificar cuáles, nunca lo hace, o dedicará la tarde a ver películas en el Despacho Oval si alguien ataca, un suponer, los países bálticos. Entre tanto, las calles de Filadelfia bullen de manifestantes contrarios a Hillary. Anarquistas, socialistas y ecologistas, el ala izquierda del partido, los jóvenes, los latinos y los negros están que trinan con una candidata a la que desprecian. Su asco se superpone al de ese 70% de los votantes que, con independencia de su filiación, tiene a Hillary por una embustera. Si alguien ha demostrado un estrabismo perpetuo con la verdad, si existe una figura estadounidense que trafica con sus palabras, cacarea en todos los cestos, dice y desdice, es ella. Descontado Trump, claro, pero hablo de políticos, no de payasos. Lo explica Todd S. Purdum en la revista «Politico». Abogada hasta la médula, su especialidad son las respuestas barrocas a las preguntas sencillas, incapaz de admitir faltas. Tanto malabar dialéctico, tanto regate y evasivas refuerzan las sospechas, el aura de mentirosa y trolera. A diferencia de Bill, Hillary carece de duende. Apabulla, pero no convence. De ahí que, por asombroso que resulte, podría perder contra el empresario que firmó la bancarrota en cuatro ocasiones, el admirador de Putin, aquel del que su biógrafo dijo que es un sociópata, el mismo que amenaza con sacar a EE UU de la OMC, declarar la guerra comercial con China, triturar la OTAN, liquidar la ONU, prohibir la entrada de alemanes y franceses, expulsar a 11 millones y romper relaciones con México y Centroamérica. La semana promete, el mundo tiembla.
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