Alfonso Ussía

Señorito fracasado

La Razón
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El alcalde «batazuno» de Cádiz, «Kichi», «Chichi» o como le digan, ha retirado la foto del Rey que presidía su despacho para sustituirla por la de Fermín Salvochea, su antecesor favorito. Fue un personaje singular, sin duda alguna, pero la característica más acusada de Salvochea la comparte con todos los señoritos, que no señores, fracasados de sus tiempos. Salvochea se fue radicalizando y extremando sus animadversiones con simultaneidad a sus desavenencias con el éxito. El valenciano Vicente Blasco Ibáñez lo retrata en su novela «La Bodega» como un hombre fraternal y ascético que vive feliz y sosegado entre los de su clase, los jornaleros. Blasco Ibáñez escribió muchas tonterías. Salvochea, al que no regateo impulsos e ideales, era hijo de un matrimonio millonario. Su padre, un exitoso negociante, era al mismo tiempo un enamorado del libro, un liberal de su época. Y un adelantado. Supo ver la importancia de los idiomas, y como le sobraba el dinero mandó a su niño, a Fermín, a estudiar en Inglaterra. De origen roncalés, el padre de Salvochea –también Salvochea, como es de suponer–, hizo lo que hoy en día es normal y antaño era una excepción. Mandar al hijo a estudiar a Londres, cuando Londres estaba lejísimos.

Fermín estudió en una Inglaterra tradicional y libre, y padeció lo que tantos señoritos han experimentado desde sus tiempos a los actuales. La fiebre del esnobismo de izquierdas. De vuelta a España se convirtió en una referencia revolucionaria. Fue detenido, encarcelado, y como sucedía con los señoritos encarcelados que jugaban a revolucionarios, indultado. Dado que la fortuna recibida de su padre se mantenía intacta, se instaló en Francia, como José Luis de Vilallonga durante el franquismo. De nuevo en España, fue alcalde de Cádiz y poco tiempo después, nuevamente detenido, juzgado y condenado a cadena perpetua. Pero huyó del penal de Vélez de la Gomera con una facilidad pasmosa. Perdonado de nuevo, retornó anarquista y fue detenido por esconder en su domicilio una nutrida muestra de explosivos. Más o menos como «Alfon», pero a lo bestia. El indulto no tardó en beneficiarlo, y concentró todos sus esfuerzos en el anticlericalismo y el antimilitarismo, es decir, que se hizo de «Podemos». A medida que cumplía años, su carácter se endurecía, porque su inversión revolucionaria no le había proporcionado excesivos beneficios ni intereses. Fue un aventajado señorito de izquierdas, al que hay que reconocerle su involucración en los sueños. No se escondió, pero disfrutó de todos los perdones y amnistías que concede el dinero. Su amargura, quizá, la de no poder compartir penalidades y sufrimientos con sus compañeros revolucionarios que se quedaban en los penales mientras él recibía los precisos y preciosos indultos gubernativos. Algo parecido a lo que se resumió en una charla entre una joven millonaria «progre» y una madre gitana en una chabola de Entrevías. «Estoy con usted y comparto su sufrimiento»; «ea, pues yo me voy a su casa y usted se queda en mi chabola». El final del diálogo fue el esperado. «Ricardo, lléveme a Puerta de Hierro que llego tarde al partido de pádel».

Salvochea no fue un mindundi. Tuvo personalidad, ideales, coraje y resolución, pero sobre todo y ante todo, mucho dinero. El dinero en el siglo XIX era aún más importante que ahora, porque no lo había. Salvochea se enfadó con la vida cuando sus cuentas corrientes menguaron, como le sucedió a Sabino Arana posteriormente. Salvochea, como alcalde de Cádiz, tiene que estar presente en sus galerías. Pero no fue lo suficientemente grande para castigar al Rey en su homenaje.

El mensaje más habitual que envió a España durante su juventud, «Padre, mándame más dinero que Londres es muy caro», es un mensaje que está muy bien, pero no es revolucionario.