José Antonio Álvarez Gundín

Sentencia malaya

Si el cierre del «caso Malaya» causa decepción no es porque el tribunal haya flaqueado, sino porque la sentencia no se ajusta a la dictada hace ya tiempo en los medios de comunicación con el aplauso de una opinión pública hambrienta de escarmientos. Cuando estalló el escándalo se pusieron en marcha dos procesos paralelos de enjuiciamiento: el propio de la Justicia y el de la calle, alimentado por un periodismo amarillo más interesado en la clientela, ya fuera política o comercial, que en la verdad. Mientras el primero se eternizaba en trámites sin fin, el segundo aplicaba la «pena de telediario» con la arbitrariedad de una corrala.

No obstante, también hay motivos para estar insatisfechos con la actuación de la Justicia profesional. La instrucción sumarial ha sido muy deficiente, por no tacharla de chapuza infumable, pues se conculcaron derechos fundamentales, se practicaron detenciones ilegales, se filtraron piezas judiciales manipuladas por interés político... Más que una investigación, aquello fue un circo mediático para solaz de los tendidos. Ni Baltasar Garzón lo habría mejorado. La sentencia del tribunal malagueño recoge y censura todas esas irregularidades, sin las cuales las penas habrían sido más ejemplares, y condena la «pena del telediario» como coacción indigna de una sociedad democrática. Sirva la amarga lección para los casos de presunta corrupción que aún están sin sentenciar. Algunos de ellos presentan los mismos vicios y defectos que el «Malaya», con instructores de ánimo justiciero e irrefrenable apetito de fama. Así que, cuando llegue la hora de la sentencia firme, nadie se deprima si ésta no coincide con la ya dictada por los medios de comunicación. Por fortuna, en un Estado de Derecho lo que prevalece es la decisión del tribunal en vez de la justicia populista, cuya esencia es el prejuicio.