César Vidal
Shanghai (III): el metro
El metro de Shanghai es uno de los mejores del mundo –quizá incluso el primero– y, desde luego, el más barato. Sin embargo, lo que más llama la atención no es su servicio impecable de aire acondicionado, su limpieza, su automatización o hasta su plurilingüismo. Lo que casi sobrecoge es su carácter simbólico. Personalmente estoy convencido de que los buenos sistemas de transporte colectivo –entiéndase como tales los que aúnan rapidez, calidad y precio módico– son los que dejan entrever la realidad de un sistema. Sé que algunos me dirán que es mucho mejor un sistema como el norteamericano donde en una familia se acumulan los automóviles. Ciertamente, a escala individual, ese sistema puede parecer muy superior, pero cuenta con el problema insalvable de que no se puede exportar. Sería una bendición que el planeta acogiera lo que EE UU predica sobre la separación de poderes, la independencia judicial o el amor a la libertad. Sin embargo, para que el resto del género humano lograra consumir tanto como los norteamericanos, nuestro pequeño planeta azul tendría que ser ocho veces mayor lo que, dicho sea de paso, no parece posible. El crecimiento económico, la promesa cumplida de prosperidad moderada, la insistencia en otros valores que compensan de la falta de un consumismo desbocado caracterizan sabiamente el sistema chino que con el presidente Xi, un verdadero genio, ha llegado a la consumación. Quizá por eso la situación social es de práctico pleno empleo, la población penitenciaria resulta muy inferior numéricamente a la de naciones con mayor capacidad de consumo y la seguridad ciudadana recuerde a la de una época cuyo principal protagonista ya no puede ser mencionado en ciertas partes de España sin sufrir una multa. En China, no se persigue a los ricos –todo lo contrario– pero tampoco se les considera el modelo. De hecho, una buena esposa, un buen padre o un buen estudiante son referentes mucho más trascendetales. Ciertamente, los automóviles de alta gama resultan llamativamente frecuentes en las calles, pero no da la sensación de que nadie se avergüence, se amargue o se convierta en un resentido social por ir en motocicleta. Al final, todos pueden tener una expectativa razonable de llegar a su destino y, al igual que sus familias, pueden contar con que lo conseguirán de manera eficaz, segura, asequible e incluso climatizada. Como sucede en el metro de Shanghai.
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