Debate de investidura
Si es político, no tome el sol
El 80% de los españoles exige a los políticos que no se vayan de vacaciones hasta que negocien una investidura. Otro 80% cree, sin embargo, que se irán, digamos lo que digamos, y no volverán con un acuerdo bronceado. Ellos sí estarán morenos y las personas humanas, quemadas. Los encuestados ya cuentan con que entre su deseo y el de los parlamentarios media una vuelta al mundo en un catálogo de una agencia de viajes. Fueron los resultados a una de las preguntas de un sondeo publicado en este periódico. Y que pone otro ejemplo de la gran brecha que existe entre esa gran masa de votantes que aún queda y la secta del «no», que tiene en cuenta la palabra «pueblo» cuando le interesa y usa el despotismo ilustrado como bandera. Son tan regeneradores y modernos que retroceden casi tres siglos para parecer liberales. La suerte de estos filibusteros es que la derecha suele ser ordenada y no inunda las calles o asedia las sedes de los partidos, no digo que no haya quién quiera hacerlo, pero en lo común espera en su casa a que los acontecimientos se desarrollen, que es una expresión cuya vulgaridad es del mismo calibre en su forma y en el fondo. De otra manera, o sea, si fuera la izquierda la que estuviera necesitada de una abstención del PP para abrir la persiana de España, tendríamos una revolución en las plazas y en las avenidas. Cacerolas, escraches, insultos. En fin, el manual con el que la progresía apela a su superioridad moral –véase Echenique– para cargar sobre los demás sus propios fracasos. Al cabo, y volviendo a las vacaciones, si Carme Forcadell viaja a Etiopía en pleno desafío soberanista y con la advertencia del Tribunal Constitucional, por qué no vamos a ver más a Pedro Sánchez en Mojácar que por ahora sólo ha desobedecido a los españoles, marionetas ciudadanas. Si no han cumplido con su trabajo, que no es otro que llegar a un acuerdo, eso de irse de asueto es tan poco ético como el pago en negro del podemita inquisidor, el burdo engaño de un promesa incumplida antes de que la Legislatura arranque. Si lo hace. La obsesión por Rajoy se torna en el primer mandato de la secta del «no». Toda ceremonia iniciática pasa por exteriorizar el rechazo al líder que, nos guste o no, ganó las elecciones frente a un pelotón de perdedores que quiere venganza. Fría como el gazpacho. El chiringuito se convierte pues en el escenario letal. Afilen sus cámaras para darles caza. La secta se mueve sigilosa pero al final acaba en una paella. Este agosto en el que la paciencia ya se derrite su gran preocupación es que no se les vea en traje de baño o se someterán al escarnio general. Lo saben. En algunos cuarteles generales la consigna es que se vayan pero que no se note. Que no tomen el sol en demasía para que el bronceado nos les delate. Una serie de recomendaciones propias de un país que tiene que aprobar sus cuentas con urgencia si no quiere que le achicharre Europa.
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