Julián García Candau

Siempre queda París

Hemos vuelto a tomar París. La avenida que lleva por el Bosque de Bolonia a las instalaciones del estadio tenístico francés debería llamarse «de los españoles». Dado que no está en el centro de la capital y no son tantos extranjeros los que circulan por el lugar, no sería tan vergonzante para quienes ven cómo nuestros tenistas acaban jugando la final. Y desde que Nadal llega a ella, siempre se gana. Esta vez hay una familia más feliz incluso que la de los Nadal. María Pilar y Jaime, los padres de Ferrer, van a ver la disputa de una final de prueba del «Grand Slam» con su hijo como protagonista. Independientemente del resultado final, lo importante es que ya no tendrá en su historia sólo semifinales. Esta vez casi importa poco que sea derrotado por su amigo Rafa.

Lo peor que le puede ocurrir a un tenista es tener que disputar un quinto set contra Nadal. Sabe de antemano que será derrotado y saldrá de la cancha destrozado físicamente. Djokovic, número uno en ausencia del manacorense, no soportó la presión de enfrentarse a quien posee la mayor fuerza mental del circuito. David cortó en tres sets las ilusiones francesas. Desde que venció Noah (1983) no ha habido otro campeón francés. Leconte sólo fue digno finalista. Ahí acaba la historia de un país que ve ganar a los españoles con cargante contumacia.

Hoy, la pista central tendrá sólo color español. Con el local Tsonga se vieron inútiles esfuerzos forofiles franceses. Perdió contundentemente en tres sets. Toca tragar otro festival español.

Posdata. Arbeloa se está ganando el aprecio de Casillas.