Obituario

Silencios necesarios

La Razón
La RazónLa Razón

¿A ti también te ha pasado? De repente, pierdes la voz en el fragor de la batalla. Tu motor frena en seco mientras narras hechos consumados. Hablabas en la tele de la victoria del populismo trumpista, racista, misógino e ignorante frente a un aturdido sistema político agrietado, ineficaz. En eso estabas, en los asuntos terrenales, en la bisutería, cuando tu herramienta se cala. Impotencia.

Afonía total, explicaron los médicos. Extenuación somatizada, pensé yo. Este mutismo incordia y doblega sin remedio. Hay que posponer planes, intenciones, pensar en modo paciente... Al final, la enfermedad pasajera me hace un inmenso favor envolviéndome en su camisa de fuerza. En el silencio unificas, centras el eje y agradeces. La belleza cotidiana recobra su esplendor. Ibas corriendo hacia no se sabe dónde, mujer. El camino a todas las cosas grandes pasa por el silencio, o eso espero.

Recluido en sí mismo alimentó también su espíritu Leonard Cohen. Ese hábito suyo de callar de cuando en cuando, de rumiar la propia vida y devolvérsela al mundo convertida en mágicos retazos de arte le elevó directo al olimpo de los inmortales. Su voz oscura y sensual acaricia, gravísima, el mismo centro del alma, y quedan ya para siempre en nosotros su melancolía y su terciopelo. Enamorador profesional Leonard Cohen, además de todo lo que ya le han escrito estos días.

Cuando suena una canción del canadiense hay que callar, forzosamente, porque nada más cabe. Hubo un tiempo en el que el artista se retiró a un monasterio y allí, con tino, le bautizaron Jikan: «silencio», en castellano. De aquel retiro emanaron sus creaciones más celebradas. De una guitarra española y de la voz de García Lorca brotó su vocación. Todo eso nos los confesó el maestro, en unos inolvidables Príncipe de Asturias.

«Queda el silencio como un ave, posándose en un árbol», escribió Leonard. «La Luna le ha comprado pinturas a la Muerte. En esta noche turbia ¡está la Luna loca!», exclamó Federico. En efecto, luce gigante la luna de Lorca y reciente la muerte de Cohen. Las miradas del mundo siguen fijas en el satélite, descifrándolo.

Mañana resonarán mis palabras. Regresaré a la hiperactividad miope, a hablarte de Trump y del Gobierno, de los presupuestos y otras costumbres. Esta noche no. Aún en silencio, refugiada en la joya sonora de Cohen, avistaré la superluna lorquiana. Poesía y música juntas, en ese territorio único que es Dios.