Manuel Coma

Siria o todas las batallas en una

La tragedia siria sigue imperturbable su curso. La barrera de los 100.000 muertos fue ampliamente rebasada hace semanas (en torno a los 115.000), también la de un número de refugiados internos o externos que representa el 40% de la población total, mientras el contagio al vecindario avanza implacablemente, como lo demuestra el atentado que se produjo ayer. Esto se une a la influencia de los islamistas más radicales, abiertamente yihadistas, sobre el conjunto de los muy dispersos y débilmente armados rebeldes. Ese conflicto interno aún no se ha resuelto, lo mismo que el principal entre gubernamentales y oposición, en inestable y cambiante equilibrio. Si bien el Gobierno ha recibido algo más que un balón de oxígeno y, en un vuelco a favor del régimen respecto al comienzo del año, sigue sin vserse el fin a la tragedia. En todo ello el tema de las armas químicas ha resultado ser una maniobra de distracción. Es casi lo único que interesa en Occidente, aunque su aportación al horror del conflicto, tomado en su totalidad, haya sido mínima, lo que no quiere decir trivial. Su decisiva importancia para el régimen reside en su calidad de arma de último recurso, de la que no puede despojarse por completo sin peligro de suicidio. Si Asad la usó en agosto de una manera un tanto descarada, fue en un momento en que el este de Damasco, área de conexión con buena parte del país, estaba a punto de caer en manos de sus enemigos, que le hubieran asestado una derrota de implicaciones estratégicas. Es muy probable que también quisiera apagar el farol de Obama, que había amenazado con intervenir si se cruzaba esa «línea roja», lo que hizo quedar en ridículo al poder americano, y, yendo un maquiavélico paso más allá, para poner a Putin a la cabeza de la gestión internacional del conflicto.

En cuanto al desarme químico, las cosas comenzaron muy bien. Los plazos perentorios se vienen cumpliendo. Bien es verdad que de no haber sido las cosas así desde el principio, todos los supuestos del acuerdo internacional fraguado por Rusia con EE UU se hubieran venido inmediatamente abajo, obligando a Washington a hacer algo y arrebatándole a Putin el papel directivo que había conseguido. Sin embargo, la fecha tope definitiva, 30 de enero, es difícil de lograr en las actuales circunstancias, incluso con la mejor de las voluntades del régimen, que siempre negó tener lo que ahora parece estar rindiendo, y que sólo actúa bajo una fuerte presión rusa y quién sabe con qué garantías compensatorias. Queda la tarea más difícil: destruir 1.300 toneladas de agentes químicos.