Alfonso Ussía

«Smoking» de cultura

La Razón
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No hay cursi que lo iguale. Un cisne, a su lado, es porcino. Un lago de nenúfares, una charca maloliente. El armario de zapatos de Ymelda Marcos, un puesto de mercadillo. A su lado, la princesita de Rubén Darío, una machorra florestal en la sobaquería. Un caniche blanco con abriguito invernal llevado por la calle con correa flexible por mano de hombre maduro que merienda en «Embassy» con las amigas de su difunta madre, un paisaje tenebroso. El primer vals de la bella damita con su papá el día de su puesta de ancho en el «Country Club» de Tegucigalpa, una acción violenta si con él la comparamos. Me refiero a Pablo Iglesias, tan bien tratado en estas páginas en las últimas calendas, con su «smoking» de Cornejo y su frase celestial: «Vestir de ‘‘smoking’’ es un gesto de doblar la rodilla ante los trabajadores de la Cultura». Se refería a la llamada «Gala de los Goya», a la que siempre acude doblando la rodilla.

Cuando se presenta ante el Rey, que representa a todos los ciudadanos de España, acostumbra a vestir con pantalones vaqueros, zapatillas de deporte y una camisa sudada. El personal del Palacio de La Zarzuela, cuando Iglesias abandona sus recintos, gasta más de un frasco de ambientador para liberar el ambiente de hedores calculados. Cuando se sienta en su escaño del Congreso de los Diputados, donde representa no sólo a sus votantes sino a la soberanía del pueblo español, viste igual que cuando visita al Rey con la grosería más camuflada por el hecho de compartir bancada con otros espantapájaros de diseño. Pero a los «Goya» va limpio y con «smoking» en homenaje a «los trabajadores de la Cultura», así, con mayúscula. Farsa y cursilería. ¿Qué entiende por Cultura el diputado Iglesias? ¿De quién cree que se ríe el diputado Iglesias con su cursilería meditada convertida en mamarrachada?

Guardo como oro en paño en mi archivo una abultada carpeta con las frases más cursis de Pablo Iglesias. Algunas de sus sentencias rozan la elementalidad intelectual primaria. Resulta curioso que aquel que se demuestra capaz de acuñar y protagonizar pensamientos y acciones rebosadas de cursilería compagine su cercanía a los cisnes con los deseos violentos y sus héroes asesinos. Claro, que Stalin, que asesinaba mejor que nadie, tenía su puntito cursi, que se agigantaba cuando escribía cartas a su hija Svetlana, a la que denominaba «mi muñeca» o «muñequita mía». Un tipo, por criminal que sea como lo fue Pepe Stalin, que se dirija a su hija con un «mi muñeca» o «muñequita mía», debe pasar a la Historia más por sus cursilerías que por sus crímenes. Porque, y vuelvo a Iglesias, lo de la Cultura atribuida al cine español no es otra cosa que el enaltecimiento de una mentira que deja de sonar a falsedad por su continua repetición. Existe un cine culto y un cine inculto. Pero el cine no es la Filosofía, ni la Poesía, ni la Literatura, ni la Pintura, ni la Música, ni la Escultura. Ahí está la Cultura. La Cultura en el Cine español bulle más en el pasado que en el presente. En la actualidad, Saura y Garci, y Berlanga y Azcona, y los grandes actores del ayer, que simultaneaban el cine con el Teatro, que es la prueba de los actores. He visto en el escenario a Emma Suárez, y de ahí su brillantez en sus interpretaciones. Ella es cultura, en tanto que Penélope Cruz es otra cosa. Pero no hay que herir con comparaciones. Eso sí, un ramo de rosas sintéticas color lapislázuli es, a un mismo tiempo, cursi y falso. Un crepúsculo anaranjado es cursi, y puede ser culto, por verdadero. Pero el diputado Iglesias está en el ramo de rosas sintéticas color lapislázuli. Rosas de una noche. Al día siguiente sigue la representación en su papel de dirigente populista, de cursi asombroso, de grosero institucional y de acuñador de memeces. El del «smoking que dobla la rodilla», que es buen título para una película.