Alfonso Merlos

Soplar y sorber

Es complicado estar a la vez repicando y en la procesión. Como cuasi imposible es soplar y sorber al mismo tiempo a riesgo de hacer el ridículo desafiando las más elementales leyes de la física y la anatomía. Pero Artur Mas tenía ocasión de desdoblarse para la traca final antes del ya fallido referéndum separatista y ha decidido no hacerlo. Podría estar en los despachos y en la calle. ¿Por qué no quiere?

Por un sinfín de factores. Porque da la batalla de la independencia por perdida. Porque es consciente de que con el gamberrismo institucional que durante meses ha liderado y alentado es suficiente de momento. Porque hay a pie de asfalto quienes van a interpretar una coreografía carnavalesca previsible, gritona y cansina. Porque ya se encargará de enviar los correspondientes emisarios en representación del Gobierno a esta anunciada verbena. Porque cualquier lectura en negativo del poder de convocatoria de la «V» secesionista terminaría por sepultar su escaso futuro político y su menguado crédito. Porque –demasiado tarde– barrunta que el suyo con España ha sido un problema de fondo pero también de formas.

Al menos este puñado de razones son suficientes y necesarias para entender por qué en el punto en el que este fracasado gobernante debería estar echando el resto por el proceso está, al contrario, haciendo esfuerzos de contención y midiendo sus pasos. Pero ya es inútil.

La Diada, con Mas renunciando a ponerse detrás de la pancarta, está llamada a ser la perfecta composición regional, estrafalaria y alicorta de un pinchazo. El que han propiciado políticos iluminados empeñados en demostrar, como sostenía Willy Brandt, que las barreras mentales perduran más que las de hormigón.