Alfonso Merlos
Steak tartare separatista
Definitivamente se les ha ido la mano y la pinza: con la carne, con el picante, con la salsa. Y el resultado del plato que están intentando cocinar los serviles pinches de Artur Mas con tanta materia prima, con alguna intención de engañar, es simplemente un desastre. Indigesto ya a la vista. Caótico. No comestible.
Mientras los presupuestos de Rajoy evidencian que Cataluña no padece ningún tipo de discriminación, proliferan los estudios que vaticinan la ruina inmediata de la región en caso de alcanzar la independencia, el amigo Durán i Lleida admite que tras la segregación llegaría la patada en el trasero de Bruselas y... ¡y el colmo de la sinvergonzonería! Nada menos que una alta institución del Estado como el parlamento autonómico aguarda el sabio dictamen del terrorista encarcelado Otegi sobre el 'derecho a decidir'. Lo que nos lleva a una reflexión menor: ¿hablará este miserable criminal, este despojo humano de la decisión que tomaba su asesina banda de dejar con vida a mujeres y niños o de arrebatársela?
No es ningún tópico. Cualquiera que sondease hoy desde el extranjero la realidad catalana –zarandeada, contaminada, trucada, prostituida por el nacionalismo más cerril– se llevaría la impresión de estar asistiendo a un teatro del absurdo, a una actualización patética del esperpento, a un territorio comanche en el que vuelan las botellas y silban las balas. Para desgracia de todos los atrapados y para beneficio de ninguno. ¡Vaya negocio!
Quizá sea posible salir de ésta mañana. Pero con tanto chiflado y tanto lacayo Cataluña no sabe hoy a Cataluña. Como el steak tartare no sabe a carne cruda, sino a las cosas que se le añaden antes de revolver cuando esos complementos son incisivos, chillones, de mal gusto. Ahí estamos.
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