Julián Cabrera

Susana en su encricijada

La Razón
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Ni algunas de las cosas dichas en público por Felipe González ni otras pertenecientes al elenco de sus encuentros privados han caído en saco roto en un PSOE donde pudo perder influencia pero nunca ascendencia. Sobre la envolvente de muy destacados barones territoriales –ya no tan decididamente susanistas como hace unos meses– para facilitarle a la actual dirección de Ferraz el instrumento –un nuevo comité federal de «donde dijimos digo...»– que permita aplazar el congreso de mayo, la opinión de González ha sido tan primordial como la disposición de no pocos interesados en «echar mano» de su figura, la misma que no hablaba a «humo de pajas» cuando hace unos días le sugería a la lideresa andaluza Susana Díaz la inconveniencia de montarse al menos en este momento en el AVE con destino a Madrid para dar la batalla por la dirección del PSOE.

En política, y a diferencia de lo que suele apuntarse, pasan varios trenes y uno de los méritos es tener la suficiente clarividencia para colegir cuál de ellos es el adecuado. La presidenta de la Junta de Andalucía apoyó decididamente a un, en su momento tierno y dúctil, Sánchez contra el viento y marea de colmillos más retorcidos, pero en ningún sitio quedaba escrito que ese apoyo era igual para la candidatura a la presidencia del Gobierno y para la secretaría general del partido. De aquellos polvos, los lodos que hoy muestran un partido socialista de Susana, otro de Pedro y un tercero de aquellos que incluso con mando en plaza en sus territorios no saben a qué santo poner la vela.

La incomodidad actual de no pocos mandarines territoriales es precisamente haber tenido claro en su momento que había que apoyar a quien Susana señalase, pero no ver hoy con la misma nitidez, en caso de choque frontal Díaz-Sanchez, al lado de quién harían el posado dando por hecho que en esa tesitura estarían obligados «sí o sí» a retratarse.

El aplazamiento del congreso socialista encierra otras claves más allá de una imagen de confrontación en plena negociación con Podemos que convertiría a Iglesias en primer actor de un cónclave que es del PSOE, entre ellas algo tan real como difícilmente asumible en público como es la aflicción por el que se considera error de bulto al pactar y firmar con una formación de insuficientes escaños como Ciudadanos un documento que lastra otras alternativas más «pragmáticas» si de lo que se trata es de gobernar.

Si Pedro –a cualquier precio– aterriza en La Moncloa, Susana no irá ni a Santa Justa a reservar billete, pero si vamos a nuevas elecciones y el congreso socialista queda fijado para después de las mismas, que nadie dé por seguro al primero repitiendo cabeza de cartel. La lideresa tendrá recorrido para viajar a Madrid, aunque habrá de hacerlo no en el cómodo y rápido AVE, sino por vías de peaje, ya sea la N-4 por La Mancha de García-Page o por la Ruta de la Plata de Fernández Vara. Nadie dijo que sería fácil.