Alfonso Ussía

Taxis

Estoy con los taxistas, que invierten centenares de miles de euros para obtener la licencia, pagan sus impuestos municipales y el IRPF, y están sujetos a unas normas profesionales de conducta y profesionalidad que, en caso de incumplimiento, se sancionan. Los de «Uber» son piratas. He conocido taxistas poetas, filósofos, habladores, silenciosos, antipáticos, educados y groseros, es decir, como los políticos, los futbolistas, los toreros y los catedráticos. La organización de «Uber» roba a quienes trabajan catorce horas cada día para mantener a sus familias. Entre los taxistas, también he conocido a héroes y ciudadanos benéficos dispuestos a todo para ayudar al prójimo. El taxi es un seguro, un servicio público, una referencia de profesionalidad, y en momentos críticos, una garantía.

El «Picoco» se movía gracias a los taxis. Era un gitano genial, amparado por la familia Lapique. Triunfó en sociedad y fue invitado a una montería en los Montes de Toledo. Le picó una avispa, horadó con la silla su bota de vino, le entró un jabalí al puesto que casi lo arrolla, y el «Picoco», asustadísimo, dio un paso al frente y en plena mancha montera alzó un brazo y reclamó a voz en grito: «¡Taxi!».

El taxi como consuelo anímico. Uno de los más geniales dibujos de humor negro de Chumy Chúmez. Terrible viñeta. Un hombre amputado de cintura para abajo sobre un carrito. Llora. Un amigo bondadoso lo consuela. «No llores, Manolo, que desde lejos pareces un taxi». El taxi como recurso ante la adversidad del fanatismo. Un taxista se detiene ante el gesto de un musulmán. Lleva encendida la radio, que emite canciones de amor. El cliente musulmán se lo reprocha. «Apague la radio. Son canciones pecaminosas occidentales que no existían en tiempos de Mahoma». El taxista obedece y apaga la radio. Pero en la siguiente esquina detiene el taxi e invita al cliente a abandonarlo. El musulmán protesta y el taxista, con muy buenas maneras, le explica el motivo de su reacción: «En tiempos de Mahoma no existían los taxis. Por lo tanto son pecaminosos. Bájese y espere en la esquina a que pase el primer dromedario para subirse en él».

Bromas par alegrar un asunto serio. La Justicia ha determinado que «Uber» no es legal. Pero «Uber», que cuenta con la participación y el apoyo de importantes sociedades, ha decidido desafiar a la legalidad. No es sencillo combatir con quien no se deja ver. Los taxistas y los taxis están todos identificados. Los coches de «Uber» pasan desapercibidos, y pueden permitirse el lujo de efectuar servicios a bajos precios porque no pagan impuestos ni licencias. No se trata de una piratería inocente, sino de un descomunal negocio que quiebra la economía de centenares de miles de familias en toda España.

Sólo en una ocasión he mostrado mi repulsa e indignación por una huelga de taxistas en Madrid. Bloquearon de manera salvaje todos los puntos estratégicos de la ciudad. Sucedió veinte años atrás y los taxistas, que tenían razón en sus reivindicaciones, la perdieron por completo con su método de protesta. Pero en la balanza, los taxistas han sido siempre, además de profesionales, grandes colaboradores en la armonía ciudadana. Por ser, han sido hasta parteros, enfermeros y conductores ocasionales de ambulancias. Han demostrado su honestidad devolviendo objetos, carteras y documentos abandonados por distracción de los clientes. Han sufrido toda suerte de atracos y robos sin capacidad de defensa. Han sido heridos y asesinados. Han actuado de guías para los perdidos y desorientados. Una gran ciudad sin taxis es una ciudad desamparada. No merecen ser atropellados por una poderosa organización pirata.

Estoy con los taxistas y con las plenas garantías que ofrecen a los usuarios del servicio público. ¡Taxi!