Adicciones
Teléfonos inteligentes
«Me llamo Paloma y soy adicta a mi teléfono móvil». Así es, no sé la de veces que lo miro, pero son muchas, demasiadas. Mi inteligente maquinita se ha convertido en un apéndice de mi necia persona y por más que intento apartarme de su lado, siempre acabo enredada en sus redes. Dentro de mi telefonito esta mi correo electrónico, mi Facebook, mi whatsApp, mi Google, mis amigos... Me dice la hora, el tiempo que va a hacer, me da las noticias en directo.
Y yo caigo, porque en realidad a lo que tengo apego es a ver quién me escribe, quién comenta mis cosas en las redes sociales, quién me pone mensajes, quién es quién. Tengo apego también a mirar la hora, a mirar mapas en vez de mirar al cielo, a que me digan lo que pasa en el mundo, aunque sepa que la información está manipulada y es a menudo tóxica.
La adicción a internet como trastorno mental fue descrita por primera vez por el científico Goldberg en 1995. Aunque algunos médicos y otros científicos dudan de su existencia. Sin embargo, a muchas personas de todo el mundo les embarga cierta sensación de pánico cuando de repente no es posible acceder a la red en el momento deseado.
No es una tontería este asunto, la dopamina que generamos con los ciclos de retroalimentación a corto plazo está destruyendo el funcionamiento sano del tejido social y las relaciones. Miramos el mundo a través de pantallas que nos hacen relatos aparentes. Y que tire la primera piedra el que no piense que el mundo está trastornado, empezando por uno mismo.
Nos estamos olvidando de lo primordial y enviamos corazones por teléfono como si eso fuese amar.
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