Cristina López Schlichting
Tráfico de mujeres
Es muy difícil juzgar a las personas. Los padres a los que la naturaleza veta la reproducción pueden sentirse muy fuertemente atraídos por la posibilidad de contratar una madre sustitutoria. Particularmente cuando se implanta el embrión de la pareja en la madre de alquiler, cabe pensar que el papel de la embarazada es temporal y superficial. Sin embargo, las reservas de las legislaciones europeas ponen de relieve los problemas de fondo. Alemania, Francia o Italia prohíben los vientres de alquiler e impiden la adopción de los niños a los padres que utilicen estos métodos. Gran Bretaña sólo acepta el caso en que la madre de alquiler ofrezca gratuitamente los servicios. Me temo que a estas alturas sabemos de sobra la importancia del embarazo en el desarrollo del feto, por eso cuidamos sus circunstancias y protegemos con leyes a la mujer gestante (aunque los gobiernos españoles se muestren cicateros). Las madres de alquiler (en su mayor parte de los EE UU, Rusia, Ucrania o México) proceden de sectores sociales muy frecuentemente marginales y actúan por dinero. Se convierten en incubadoras humanas y gestan y paren varias veces. Puede que los padres entristecidos por la infecundidad merezcan nuestra compasión (y desde luego, los niños nacidos de vientres de alquiler, todo nuestro apoyo), pero fomentar un mundo donde las mujeres pobres se vean tentadas a alquilar su cuerpo es una decisión cruel. La iniciativa española de aceptar la inscripción en el registro de los niños nacidos de madres subrogadas puede parecer salomónica, pero en el fondo es una gran hipocresía que significa aceptar que la transacción se realice en el extranjero. «Madres de alquiler sí, pero no españolas». Como siempre, pretendemos ser más modernos que alemanes o franceses y, como a menudo, nos saltamos las reflexiones de fondo sobre el valor de la mujer.
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