Pedro Narváez

Treviño: la estupidez no se cura

Ni mareas blancas, ni guerra de batas, ni gritos por lo que el viento se llevó. La muerte de una niña en Treviño, porque la ambulancia que debía llevarla al hospital y que nunca llegó no se ajustaba a las competencias autonómicas, los deja a todos desnudos al modo barroco, en los huesos como una calavera y supurando pus. Esa niña, por la que hoy siento empatía al recordar el picor de la varicela como una molestia que nos une en el Universo, debería estar viva, y en su lugar hay un rencor de aldea que es su peor corona funeraria. Ya no quedan plazas para el teatro del absurdo que supone que la atención hospitalaria no esté regida por la proximidad, sino por el RH y la ridícula partición de las comunidades como terrenos ajenos en los que si uno se mete acaba a garrotazos con esta herida de España. Hemos aguantado muchas vergüenzas por el ridículo autonómico, pero que tanta tontería acabe, no ya en tragedia intelectual, sino en drama humano debería llamar a rebato a los políticos/gestores y a nosotros, los ciudadanos, que al cabo somos los responsables de que estas cosas sucedan sin que nos duela lo que el picotazo de una vacuna. Por un bulevar salen cientos de encapuchados, y por una niña, el cortejo de sus padres haciéndose cruces por tanto disparate. Éstas son las concertinas que se mantienen invisibles dentro del territorio y de las que sólo se habla, y en privado, cuando el horror desemboca. Nos conmueve la larga manifestación negra frente a las fronteras de Ceuta y Melilla, pero de Álava a Burgos aún no ha caído el muro de la estupidez. Nada va a cambiar: el Gobierno vasco seguirá con el mismo protocolo de actuación; al cabo, qué es una niña en esa montaña de agravios y de muertos. Siempre hay tiempo para morirse, lo curioso es que estos señores encuentren momento para discutir sobre lo cuadrado y lo que uno ve es redondo, que debe ser la diplomacia Putin: hablarnos exclusivamente en ruso para que se nos hagan incomprensible sus verdaderas intenciones.