Restringido

¿Tú también, Mas?

«Pueblo y senadores, no os asustéis. No huyáis. La ambición ha pagado su deuda». Así habló Bruto nada más morir asesinado Julio César. No puedo negar que es un gran placer asistir desde el anfiteatro a la caída de Jordi Pujol Soley, pero no por el instinto malediciente de ver cómo un hombre poderoso es devorado por sus hijos, pues ésa es una ley a la que todos, llegada la hora, seremos sometidos, sea cual sea nuestra condición. Es peor todavía. Sólo es por un placer estético. Julio César se lo advirtió a sus propios colaboradores momentos antes de que el puñal penetrara en su cuerpo: no quiere oír «palabras melosas, reverencias rastreras y zalamerías perrunas». Nunca se atienden las plegarias de los que van a morir, hasta que una moneda cierra sus ojos. Bien lo saben los piadosos dirigentes de las falanges de CDC, que no han cesado sus «postraciones, sus humildes reverencias», o así lo escribiese Shakespeare, aun sabiendo que era el final del fundador del partido que les ha dado de comer y un lugar bajo el sol de la provincia. De entre todo lo dicho, alguna cosa merece ser estudiada en el futuro por los escolares, aunque con toda seguridad ese capítulo será borrado, pues obligaría a un ejercicio de comprensión realmente exigente: por qué el que les marcó el camino fue sacrificado un mes antes de la marcha final sobre Barcelona, inscribiendo en los estandartes: «Invictus», «voluntas». Lo dijo Ferran Mascarell, el melifluo comisario de Cultura al referirse al comportamiento de Pujol ocultando millones de denarios lejos de los bárbaros: «El catalanismo es otra cosa». Es decir, en la cosmovisión nacionalista, ese mal no ha existido, porque sólo el bien es concebible en ese poema épico, incluso Pujol no ha existido. Quien así habla, sobra decirlo, es un traidor, el que toca la lira para deleitar a Mas, que también tiene las horas contadas, como todos. «Et tu, Brute?».