Pedro Narváez
Tuitrematando
El pasado siempre vuelve. Cientos de políticos se han acogido ya al derecho al olvido de Google para que borren los datos que consideran contraproducentes y su biografía reluzca como en un santoral donde los protagonistas resucitan de pretéritos escraches en el circo romano. Como ellos, miles de ciudadanos, que se creían anónimos hasta que vieron que las empresas que les iba a contratar dieron con las fotos de aquella borrachera mortal en Punta Cana donde se acaba con los calzoncillos en la cabeza y un brazalete de plástico. Está bien que se reconozca este derecho pero haríamos bien en calibrar qué información filtramos en la red de nosotros mismos y de nuestros conocidos, que lo último que quieren es un «spin off» de «Resacón en Las Vegas». Los recuerdos pueden ser un revólver a punto de disparar al corazón. Si los antidepresivos fueran balas ya habría estallado la tercera guerra mundial y la humanidad se habría destruido al estilo de las vírgenes suicidas por no asimilar su historia que es el mal eterno que enrabia a una España desagradecida y paticorta que no sabe si tiene que salir del armario de invierno o de verano, un pueblo que está a las maduras y muerde a quien lo acaricia. Que nos olviden en Google y nos recuerden en tuitter que no es sólo la plaza pública que dicen algunos, a no ser que a las plazas donde van se estilen los capirotes de la Inquisición y embozados que te escupen a la cara con el rencor que ensangrentó la pasarela de León. Siempre habrá un nido de víboras. Ni la gran muralla china evitó la invasión final. Quien quiera olvidar, que olvide, pero la realidad le asaltará a las puertas de casa cualquier día de la misma manera que un estribillo cazado en la radio nos recuerda qué fuimos.
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