Cataluña
Un corte de pelo
Anoche y visto desde arriba, Cataluña retornó al punto exacto en el que se encontraba antes del vodevil del 1 de octubre. Y sin embargo nada será lo mismo.
Más allá del reparto concreto de escaños y de los pasteleos que se avecinan para nominar un presidente de la Generalitat, lo crucial es que ha estallado en pedazos el mito y ha quedado en evidencia la gran mentira sobre la que llevan años construyendo su discurso los partidarios de romper España.
Ni hay un «pueblo catalán» anhelando día y noche la independencia, ni son mayoría los dispuestos a caminar descalzos por la ardiente arena del desierto, ciscarse en la ley y abjurar de la Unión Europea para llegar a esa imaginaria «Tierra Prometida» con forma de república que promete desde Bruselas Puigdemont, alienta Junqueras desde la cárcel de Estremera y juran que impondrán los zarrapastrosos de la CUP.
El Parlamento autónomo catalán retorna a los dos bloques prácticamente iguales en peso. Los desplazamientos internos en cada uno de los bandos –sube espectacularmente Cs a cuenta de PP y PSC, JxCAT le merienda parte de la tostada a ERC y se la pegan los Comuns y la CUP–, dejan inalterado el equilibrio global de fuerzas entre constitucionalistas e independentistas. Desde ese punto de vista, Cataluña sigue políticamente empantanada. Lo innovador, el punto de inflexión, es que el líder más votado se llama Inés Arrimadas, a la que no se le ha caído nunca la palabra España de la boca.
Ignoro como titulará su nota el piernas que tiene aquí de corresponsal The New York Times o el enfoque que darán a sus crónicas los atufados de la BBC, pero que el triunfador de las elecciones autonómicas catalanas sea un partido con un discurso enérgicamente antiseparatista, les tendría que hacer vestirse de ceniza y pedir perdón por sus reportajes del pasado. No creo que tengan la caradura de volver a llamar «mártir» a Puigdemont, pedir «magnanimidad» a Rajoy y tildar de «luchadores por la libertad» a los de la CUP. Centrándose en estos últimos, considero innecesario subrayar que no les tengo la menor simpatía. Por no gustarme ellos, no me gusta ni su peluquero, pero me produce una malsana satisfacción que los de la sandalia, el corte de pelo a tazón y el sobaco radiante, hayan llevado del ronzal a la vanidosa y estirada burguesía catalana. Se han quedado con la mitad de escaños, pero pueden claves para elegir «president» como lo fueron en el caso de Puigdemont. Ya saben que las señoras del Liceo y los pijos del Godo se dejan y van a intentar repetir la jugada. Ya gritan por las tertulias que eran unas elecciones tramposas y a la espera de que Assange, el de Wikileaks, suba un tuit en el que montarse.
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