Alfonso Merlos
Un enemigo invisible y cercano
«Al Qaeda no es una organización ni aspira a serlo. Jamás podrá ser destruida por nadie porque no es un grupo cerrado». El atentado de Boston está confirmando que el diagnóstico y la profecía de Osama Bin Laden, el fundador del entramado terrorista más letal de la Historia, se ha cumplido.
Tal y como estableció en un su ensayo «La llamada a una Resistencia Islámica Mundial», el ideólogo por antonomasia del «yihadismo» global, el sirio nacionalizado español Mustafá Setmarian Nasar, Al Qaeda ha actuado con el paso de los lustros como una ideología, una fuente máxima de inspiración para la perpetración de crímenes en masa, para la generación de la más demoledora destrucción.
El caso de los hermanos Tsarnaev prueba una terrible ironía. Estados Unidos y sus aliados le están ganando la batalla a los epígonos de los asesinos del 11-S, porque no dejan de desbaratar atentados que se planifican y organizan incesantemente. Ese trabajo se hace cada minuto, de forma callada, valiente, inteligente. Las alertas tempranas, la prevención, la anticipación y la infiltración están funcionando.
Pero también los promotores de aquel golpe histórico contra el WTC están avanzando en su agenda totalitaria e inhumana: han conseguido activar la «yihad» individual en miles de musulmanes que sueñan con infligir ilimitado dolor a Occidente, con los escasos recursos materiales y humanos de los que disponen a su alcance. En cierto modo, aquella vieja generación árabe de suicidas ha logrado activar en jóvenes de poco más de veinte años un sentimiento de emulación, fascinación, contagio y afán de superación en el ejercicio del mal.
No sólo eso. Esta última experiencia de muerte, mutilaciones, incertidumbre y pánico al otro lado del Atlántico deja otras lecciones. El modus operandi de quienes invocan el salafismo armado tiende ya a confundirse con el empleado por grupúsculos violentos de extrema derecha, o por antisistema de izquierda ultra. Células autoconstituidas, autosuficientes, obsesionadas con el manejo de Internet, que encuentran en las nuevas tecnologías todo cuanto necesitan para preparar el ataque y sorprender, que no se han entrenado en lejanas montañas.
Como concluyó de forma magistral y fatal la comisión que investigó las atrocidades del 11-S, podemos colegir de nuevo que el enemigo era invisible, pero que al mismo tiempo estaba a la vista de todos. La guerra contra el terrorismo sigue, y está lejos de su final.
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