Pedro Narváez
Un hombre a un insulto pegado
Si efectivamente, como recordó el moderador Campo Vidal, nos encontrábamos ante una entrevista de trabajo, una selección de personal para dar el puesto de presidente de Gobierno, a Sánchez lo hubiera elegido para animar a los turistas de un hotel de Mojácar, donde veranea, pero no para inquilino de La Moncloa, que es lo que se dirimía en noche de tormenta aparaguada en la que un señor bajito guiaba a estos hombres altos como en un cuadro de Velázquez. Ay, las Meninas. El soldado Sánchez se puso el uniforme de sargento chusquero y se fue a insultar por lo barriobajero; guardada la navaja en la liga de esas piernas interminables, a ver si asestaba la puñalada final al adversario. El arte del insulto requiere de educación brillante y vivo intelecto. Si Kant fue el protagonista en el debate de Alsina con Iglesias y Rivera, el del lunes lo fueron por omisión los gladiadores del verso del siglo de Oro. Dije que una señora era absoluta/ y siendo más honesta que Lucrecia/ por dar fin al cuarteto la hice puta. Ahí está Quevedo para que este señor aprenda. Poeta juanetes formado de paréntesis escribió de Ruiz de Alarcón. Que lea si no a Pérez Reverte, maestro de la esgrima verbal encambronada y de qué manera. Claro que la audiencia no llevaba gola, sino el pijama a punto de empezar el edredoning, con lo que para contemporarizar ahí tenía pagafantas, picaflor, pelagatos, vendeburras o alguna ocurrencia de muchachada nui. Si en algo el español es rico es en insultos. Gane o pierda, a Sánchez ya se le recordará por ser el faltón de barra de bar, el conductor puteado que asesina en la glorieta de la petulancia, el macarra apatrullando el plató de la esta vez bien llamada incorrección política. Un especímen para el diccionario cheli de Umbral. Se trataba de ganar o morir, y antes muerto que sencillo, enmierdó los muros del debate hasta que ya todo él fue cloaca cuando la basura iba para el contrincante. A Rajoy, que iba a dar una clase de matemáticas sin mayor ambición que la de irse pronto a casa y dejar al contrincante allí entre el vómito de estadísticas, le salvó Sánchez cuando empezó a darnos ardor de estómago con su mala educación y sus referencias extravagantes a Cuarto Milenio, voto perdido de Iker Jiménez, y el IVA de las chuches de los niños, que para entonces ya estaban podridas. «Me arrepiento de los tediosos momentos que he pasado contigo», hubiese contestado más digno Shakespeare. Pero lo más que Pedrito y su lobo llegaron a cuajar fue una estrofa de Pimpinela. Fue el protagonista, pero el malo, de la película. A partir de ahora ya sabemos que, como con las de Steve Buscemi, si sale Pedro Sánchez es para que brote la sangre. Se ha ganado ser un cómico de carácter. Hasta entonces no era nada.
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