Juan Roldán

Un legado presidencial

A pesar de su corta historia, si se compara con la de europeos y asiáticos, los norteamericanos tienen una obsesión por dejar bien reflejada la vida de su país y de sus habitantes para la posteridad. Ése es el ejemplo de las bibliotecas presidenciales, que no existen como legado de los primeros mandatarios en otras partes del mundo. También es cierto que proliferaron después de la II Guerra Mundial con buena parte de los ocupantes de la Casa Blanca. Se iniciaron tras la presidencia de Kennedy. En general, contienen todos los «papeles» de los gobiernos, revisados por sus equipos y por el propio dueño antes de la inauguración. Los documentos de Kennedy se conservan en la biblioteca de la familia en Boston y los de Reagan, en California. Ahora, el último presidente Bush ha decidido que los suyos se queden en su estado de Texas. Aunque puede no parecerlo, es un proceso delicado. Los presidentes deben vigilar que los documentos archivados estén desclasificados para no tener problemas. Se suele dejar transcurrir un periodo de 30 años para algunos de ellos, tiempo que, obviamente, en el caso de George W. Bush, no se ha cumplido todavía.