Restringido

Un «no» con gaita escocesa

Faltaban los de la Orden de Orange, tomando las calles de Edimburgo, con sus uniformes característicos, sus banderas, pendones, estandartes y demás parafernalia, haciendo sonar sus gaitas, para terminar de calentar el ambiente en vísperas del referéndum secesionista. Esta combativa organización de fraternidad protestante, nacida en el siglo XVIII con una clara vocación unionista y anticatólica, suele ser temible cuando se echa a la calle. Donde más se ha fogueado es en Irlanda del Norte. Allí están sus raíces históricas, pero también tienen considerable arraigo en Escocia, conocida por la excelencia de su whisky. Puede que estos manifestantes de caras sonrosadas le hayan hecho honor antes de ponerse en marcha. Un tiento no viene mal en momentos solemnes. «Ándeme yo caliente y ríase la gente», que decía Góngora. Las demostraciones de estos esforzados no suelen acabar en fiesta. Confiesan que lo que pretenden es aportar pasión a la campaña. Seguro que lo consiguen para bien o para mal. Hay, como se ve, muchas maneras de decir «no», unas más recomendables que otras. En este caso es un «no» rotundo, que contiene una advertencia, un «no» con gaita escocesa que viene de lejos. El caso es que incluso en el flemático Reino Unido, el posible desgajamiento de uno de sus miembros, aunque históricamente haya tenido, como es el caso, vida propia y plena soberanía –que no es el caso de Cataluña, por no irnos más lejos– levanta pasiones y emociones difícilmente controlables. Aparte del temor a las consecuencias prácticas, que es lo que más está enfriando al final, según parece, la romántica pasión por la independencia de muchos escoceses, todo intento de secesión de un país –en realidad, cualquier separación o ruptura humana– produce daños irreparables en el cuerpo social, constituido por una urdimbre de relaciones, intereses y afectos, tramados poco a poco, pacientemente, por docenas de generaciones. O sea, un drama irreparable. Un poeta inglés, Percy Bysshe Shelley, nacido tres años antes de la constitución de la Orden de Orange, escribió: «Su voz tembló al separarnos,/ aún no sabía yo que su corazón se había roto/ y me alejé/ sin oír las palabras que me había dicho». Pues eso. Mejor escuchar antes de la separación irreparable la voz de la cordura. Hagamos caso, si no, a la sensata advertencia de Shakespeare: «En nuestros locos intentos renunciamos/ a lo que tenemos por lo que esperamos tener».