Iñaki Zaragüeta
Un peligro muy real
España y, con ella, Europa y las democracias desarrolladas se equivocan al despreciar los peligros del ahora llamado Estado Islámico (EI), la yihad o como quieran denominársele. Unos riesgos, para mayor perversión, reiteradamente anunciados por sus promotores. Así lo hemos comprobado hace unos días con la cruel e intolerable ejecución del periodista estadounidense James Wright Foley a manos de uno de esos jóvenes captados en Gran Bretaña.
Abdel Majed Abdel Bary, que así se llama el sanguinario verdugo, puede pertenecer a ese grupo de los 500 yihadistas que, según los Servicios secretos británicos, huyeron de las islas de Su Graciosa Majestad para unirse a la «milonga» de los combatientes de Siria e Iraq. Podría ser el líder de los «Beatles», los encargados de la custodia de los rehenes. Efectivamente, no se trata de incorporarse a un bando de la guerra, sino que la mayoría de ellos llegan para ser adiestrados y adoctrinados para el fundamentalismo y el terrorismo. Una cosa está clara, las pretensiones del EI son claras: la implantación del islam y la batalla contra quienes y lo que se oponga a sus ideas. Lo dejó diáfano el tal Bary en su mensaje tras el salvaje ajusticiamiento: «Los musulmanes de todo tipo y condición han aceptado al Estado Islámico como sus líderes». Tras ello no hay otra cosa que el imperio de la intolerancia, lo opuesto al progreso «aunque toda sociedad está basada en la intolerancia, todo progreso, estriba en la tolerancia» (Bernard Shaw). Hasta el Papa Francisco se halla en el punto de mira de los yihadistas.
Erraremos si las democracias no combaten esta amenaza. Las diatribas de imanes y predicadores radicales no dejan duda. ¡Ojo! Podríamos estar en la plasmación de aquel anuncio de Arnold Toynbee explicando que una III Guerra Mundial no convencional había comenzado: la del terrorismo y la inmigración. Podríamos añadir la demografía como instrumento interno en nuestros países. En cualquier caso, todo muy lejos, absolutamente contrario, al pensamiento de Victor Hugo, que hacía de la tolerancia la mejor religión. Así es la vida.
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