Manuel Coma
Un riesgo futuro
Francia vivió durante años carcomida por los celos de que la creciente influencia americana estuviera corroyendo la suya en sus antiguas colonias. Siguió ejerciendo con gusto un papel de Policía política en defensa de regímenes africanos favorables que eran atacados. Siempre había un Gobierno «legal» que pedía ayuda y permitía eludir el engorroso beneplácito de la ONU. Con tres mil hombres bastaba. Pero llegó un momento en que el coste económico y político de la imposible competencia con los americanos y de los despliegues militares ya no compensaban y derecha e izquierda coincidieron en que las aventuras coloniales tenían que terminarse. Sin embargo, en los dos últimos años Sarkozy lanzó la guerra de Libia de manera absolutamente alocada, no ya por las consecuencias que ahora se están viendo, especialmente en Mali, sino porque si se hubiera quedado sólo hubiera hecho el más espantoso ridículo. Luego vino Costa de Marfil, país francófono donde el presidente derrotado en las urnas no quería levantarse de su poltrona, poniendo el país al borde de la guerra civil. Fue una intervención de las de antes, tanto por envergadura como por resultados.
Hollande, por ideología y personalidad estaba más que dispuesto a poner fin a este rebrote de la vieja política francesa. Pero las circunstancias mandan. Primero los tuareg que regresaban de luchar en el bando de Gadafi se rebelaron a comienzos de 2012 en su territorio contra el lejano y para ellos ajeno Gobierno de Bamako. La rápida derrota del endeble ejército nacional llevó a éste a expresar su disgusto dando un golpe de Estado. El caos en el desértico Azawad y en la capital fue aprovechado en abril por sectores yihadistas, algunos de los cuales volvían de luchar en el bando contrario en Libia, donde se habían provisto de armas, arrinconando a los de corte nacionalista. Estuvieron meses imponiendo en su zona su salvaje versión de la sharía, provocando la huida de decenas de miles, hasta que hace tres semanas se dirigieron hacia la otra parte del país, la que es su verdadero centro de gravedad. El presidente golpista pidió ayuda a París y Hollande se decidió en pocas horas. La amenaza de la expansión del yihadismo a todo el Sahel es motivo suficiente. La decisión ha sido arriesgada, de inmediato porque está por encima de las capacidades logísticas francesas. Con renuencia, la imprescindible ayuda americana se ha ido incrementando. El riesgo se proyecta sobre el futuro. No se trata de una partida de rebeldes puramente locales. En lo político y en lo religioso las raíces de la amenaza pueden ser mucho más poderosas, aunque hasta ahora no lo han demostrado. Avanzaron en su momento sin apenas encontrar resistencia y ahora se retiran sin casi oponerla. Pero tratan de hacerse fuertes en un área montañosa, de donde será mucho más difícil desalojarlos. Hollande quiere recoger las mieles del triunfo y marcharse, pero nadie espera que el Ejército maliense y la fuerza africana, en incierto proceso de formación, que tendrían que hacerse cargo, puedan estar a la altura de las circunstancias.
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