Alfonso Ussía

Una gran nación

La Razón
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En mi primera visita a Portugal me sorprendieron dos detalles de buen gusto. Los portugueses no gritan cuando hablan y los restaurantes se iluminan con luces bajas en cada mesa. Hay dos delincuentes sueltos por el mundo que no han sido capturados y puestos a disposición de la justicia internacional. El inventor de las luces de neón y el de los vasos de tubo que se ofrecen en las bodas. Portugal nos da sopas con onda en estética, respeto, cortesía y buena educación.

Salíamos de un régimen autoritario y entrábamos en otro. Pero para muchos españoles que compartíamos destino, Estoril, Portugal era sinónimo de libertad. Más pobre que España, pero con una pobreza digna y orgullosa. Perdieron sus ricas colonias esparcidas por todo el mundo, porque junto a españoles e ingleses, los portugueses fueron los mejores navegantes. El período de adaptación de Portugal a otro nivel de vida durante la pérdida de sus colonias, fue de una dureza y una valentía extraordinarias. Y se oyó el «Grándola, Vila Morena» de José Alfonso que abrió la llamada «Revolución de los Claveles». Una revolución sin sangre. Y los propios portugueses vieron las orejas al lobo del comunismo rancio, y se abrieron ellos mismos, también sin violencia, las puertas de la libertad.

Como España, pero con mayor esfuerzo y sacrificio, se incorporaron a Europa. Sin España y Portugal, históricamente, Europa se limitaba a ser un antipático gestor de economías. Y Portugal, con un Partido Comunista anclado en la URSS de Breznhev, inició su andadura democrática bipartidista. Un primer ministro socialista, creo que Guterres, preguntó a los portugueses por la implantación de un Estado autonómico como el de España, y los portugueses votaron mayoritariamente en contra. Al contrario que Grecia, y con mayores sacrificios que España, Portugal superó la crisis económica, se olvidó del derroche del dinero público y cumplió a rajatabla con las exigencias de la Comunidad Europea. Hoy, domingo, cuando escribo, Portugal está votando.

Pero en Portugal se votan proyectos y diferentes visiones de la economía y la sociedad. No se votan independentismos, ni nacionalismos, ni estupideces peligrosas e innecesarias. En Portugal no existe el problema de la educación ni del idioma. Todos estudian y hablan en portugués. En Portugal no hay guerra de banderas. El candidato conservador Pedro Passos, y el socialista Antonio Costas, han intervenido en sus mítines y asambleas electorales con la misma y adorada Bandera en sus manos. No por parecer más patriotas. Porque lo son. Conservadores y socialistas portugueses se unen sin problemas en el amor a su preciosa e histórica Bandera.

Portugal, por corrupción, tiene a un ex Primer Ministro en la cárcel. Portugal renunció a la diferencia. Un portugués del Algarve, del Alentejo, de Lisboa o de Oporto, cuentan con los mismos derechos, todos son iguales y sus votos tienen el mismo peso y valor en las urnas. Un personaje como Mas ya habría sido juzgado y con muchas posibilidades, condenado en Portugal, que en ese aspecto es una nación administrada desde la seriedad y no desde la esquizofrenia y la cobardía que caracteriza a una buena parte de nuestros políticos y legisladores.

Portugal nos ha dado muchas lecciones a los arrogantes españoles durante su Historia y su realidad. De la ruina han pasado a la estabilidad. Conservadores y socialistas compiten para gobernar, no para defender la unidad de Portugal o su fragmentación. En Portugal, su Bandera es el símbolo de la unión y nadie la desprecia. Portugal habla, y no insulta. Portugal, si es por el bien de Portugal, renuncia a las diferencias ideológicas cuando la Nación es la beneficiada. Portugal es mi envidia. También mi pasado, mi experiencia, y mi admiración. Una nación de patriotas.