José María Marco

Una sociedad valiente

Una crisis como la que estamos viviendo desde los años 2007-2008 no es un simple bache tras el cual el mundo, la realidad y nosotros mismos volveremos a ser como éramos antes. No va a ser así. El mundo que empieza a salir de este cambio es ya muy distinto del que conocimos hace cuatro años. A medida que pase el tiempo, aquello nos parecerá más y más extraño. En la historia reciente, lo más parecido a lo que nos está ocurriendo ahora son los años 60 y 70. Después de aquel torbellino en el que se desplomó todo un modelo de sociedad, nunca se pudo restaurar el orden anterior.

Algunas de las características propias de la sociedad española han agudizado la crisis y nos han hecho más vulnerables a sus consecuencias. Teníamos un Estado sobredimensionado, estructuras (como el mercado de trabajo) arcaicas y rígidas. Habíamos contraído hábitos de dependencia y aguantábamos a una clase dirigente que parecía desconocer que el dinero que maneja tenía nombre y rostro. Así que vivíamos en una ficción en la que cada cual hacía lo que le venía en gana... con tal de que lo pagasen los demás. La ficción se ha terminado aunque, por desgracia, seguiremos pagando durante bastante tiempo las consecuencias.

Lo extraordinario del caso español es que desde el primer momento la sociedad se negó a engañarse acerca de lo que estaba ocurriendo y las posibles soluciones. El conjunto de la sociedad civil española –es decir las empresas grandes y las pequeñas, los autónomos, los empleados y los trabajadores, así como las familias– comprendió que había llegado el momento de enfrentarse a la realidad. Empezaron así procesos de ahorro, de ajuste, de desendeudamiento y de mejora de la productividad que nos han puesto en los primeros puestos de la rampa de salida para cuando empiece a mejorar la situación global.

Muy distinta ha sido la reacción de las élites dirigentes. Sólo el empeoramiento de la situación y un cambio político de envergadura han hecho posible que se pongan en marcha procesos como los que ya había adelantado la sociedad española. La polvareda y el estruendo que vemos estos días no son más que la resistencia al cambio de quienes han vivido hasta ahora al abrigo de la crisis. Es impensable que cambios tan profundos como los que se estamos viviendo se produzcan limpiamente. El actual Gobierno se ha atrevido a afrontarlos, aunque no todo el mundo esté de acuerdo con todo lo que hace, como, por otra parte, es natural. Por eso merece nuestro apoyo, sobre todo el de quienes, habiéndose sacrificado como lo han hecho, podían –y aún pueden– ver su esfuerzo echado a perder por miedo o por demagogia. Los españoles, como tantas veces en su historia, están demostrando una extraordinaria capacidad para no dejarse vencer por las inercias y los miedos. En vez de encerrarse en la negación y en el pataleo, en vez de dejarse arrastrar por la tentación del catastrofismo, están asumiendo sus responsabilidades: las que les correspondían por su propia conducta en el pasado, y las que les corresponden para ayudar a los débiles y a los desasistidos. No sólo hay un esfuerzo de ajuste. También lo hay de solidaridad y además de eso, de formación. Si logramos capear los egoísmos particularistas que quieren seguir viviendo del trabajo de los demás, habremos creado una sociedad y una nación más fuerte, más cohesionada, más consciente: capaz de ofrecernos a todos oportunidades nuevas, como ahora ni siquiera soñamos.