Ángela Vallvey
Violador
Ese horrible sujeto, violador, secuestrador de jóvenes en Cleveland, el ogro de los cuentos del que toda niña ha oído hablar, el tal Ariel Castro, aparece en las fotos de la Policía con aspecto de cerdo monstruoso. Si, como dice el refrán, la cara es un espejo del alma, se nota que el tipo se quedó sin alma hace tiempo. Quizás cuando secuestró y violó a la primera adolescente. Seguramente mucho antes de hacerlo.
La historia de la violación corre pareja a la de la sensibilidad y evolución del ser humano. Pese a que la violación es un repugnante acto de violencia que condena la Biblia, ha sido vista con normalidad durante milenios. Pese a que Balzac recomendaba: «No empecéis el matrimonio con una violación», la violación ha estado presente con naturalidad en la vida de las mujeres. Lo sigue estando. En términos evolutivos, lo que ha hecho este depravado malhechor es realizar la innoble, repulsiva y criminal fantasía propia de un macho poco evolucionado de la especie que sólo sabe abusar de seres más débiles que él porque sería incapaz de ganar en una disputa contra otros machos, la mayoría de los cuales son más poderosos y competentes. Estoy segura de que los machos más avanzados son los que no violentan, no maltratan, no explotan ni engañan a las hembras, las crías o a otros machos menos fuertes. El macho que coopera, que protege a las hembras y a los débiles, ha dado un salto evolutivo que lo hace atrayente, triunfante, necesario. Mientras el violador es el gen recesivo, reducto fósil de la especie humana que lleva en su ADN toda la inmundicia, los escombros, la porquería de un mundo antiguo y brutal en el que aún viven él y los que son como él.
Esperemos que pronto se extingan.
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