Alfonso Ussía
Violines
El gran don Alfredo Di Stéfano decía que un buen equipo de fútbol, como una orquesta sinfónica, no puede estar compuesto exclusivamente por violines. Necesita instrumentos de viento y percusión. Instrumentos de viento que no desafinen y de percusión que no caigan sobre la cabeza de los violinistas, los más inmediatos a la tarima del director. El primer violín de la Filarmónica de Viena percibe un salario mucho más generoso que el percusionista. En un ensayo en Madrid con la Orquesta Nacional, el director rumano Sergio Celibidache, en pleno fragor del tramo final de la Novena Sinfonía de don Lüdvig Van Beethowen, tiró la batuta al suelo, detuvo la interpretación y dirigiéndose al responsable de los platillos le preguntó: ¿Por qué ha dado usted cuatro toques cuando Beethowen escribió que fueran tres? Y el percusionista, un genio como los que marcan la diferencia, le respondió: «Porque Beethowen estaba equivocado». Celibidache lo expulsó al tiempo que le deseaba una feliz Navidad.
En el periodismo deportivo se habla mucho de esos genios futboleros «que marcan la diferencia», como el instrumentista de los platillos. Se puede «marcar la diferencia» de distintas maneras. Uno de ellos, reconocido por todos los cronistas de fútbol radicados en Madrid, es el defensa sevillano, de Camas y hermano de René, Sergio Ramos, al que proclaman como mejor defensa central del mundo. Un defensa central que marca las diferencias al menos en el sueldo base, nueve millones de euros libres de impuestos a cargo del Real Madrid y no de empresas constructoras. Y también marca las diferencias en exquisiteces futbolísticas. La última, para guardar en cualquier videoteca. Balón claro para salir del área, intento de regate genial, balón que se oscurece en los pies del adversario, balón que recupera el que marca las diferencias dentro del área del Real Madrid, elegante y excesivo desplazamiento del tal balón que vuelve a los pies del adversario, y zancadilla al contrario de indiscutible rotundidad. Nueve millones para eso. A Dios gracias para el Real Madrid, mientras en Londres el Arsenal le metía tres roscos a De Egea, Kaylor Navas, el portero que no vende camisetas, detuvo el lanzamiento del penalti provocado por el que marca las diferencias, aunque perciba menos de la mitad de la mitad de lo que ingresa el gran instrumentista de la percusión.
El Real Madrid, que tiene muy buenos jugadores, está en manos de cautelosos gestores que no se atreven a abrir los ojos. Hay nombres sagrados entre los violinistas. Jesé, que no sirve, y sobre todo Isco, un violinista de salón que detiene el fútbol de los otros violinistas y se recrea en diabluras y regates que no sirven para nada. Pero el periodista deportivo de Madrid es muy emotivo. «Genial Isco, marca la diferencia».
Contra el Atlético de Madrid, que ha perdido instrumentos de viento y percusión y apenas le queda un violín, el Real Madrid mereció perder los dos puntos que volaron de sus narices. Jamás ha sido miedoso el Real Madrid en su juego. Metió un gol uno de sus prodigiosos violinistas, Benzemá, y se dedicó posteriormente a la siesta del «control y la posesión», esa cursilería importada del «Barça». Ninguna ocasión clara en ochenta minutos.
No es comprensible que Casemiro vea habitualmente desde el banquillo los esfuerzos sobrehumanos de Isco para arrancar su carrera. Es el precio que se paga en el Madrid para no enfadar a la prensa que santifica a determinados jugadores. El resumen es que estuve a punto de dormirme durante un Atlético-Real Madrid. Y ese detalle me preocupó.
Eso sí, reconozco que Ramos marca las diferencias. Es diferente a todos. Su inteligencia en el campo corresponde a sus declaraciones y análisis. Gracias a Dios, la Junta Directiva lo ha atado y bien atado –me suena la frase–, hasta el año 2020. Inteligente gestión que también marca la diferencia.
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