Julián Cabrera
Vísceras y sentimientos
Llevamos tres días de campaña electoral en Cataluña, tres jornadas en las que, con el prólogo de lo que se hizo y se dijo en la Diada por parte de unos y de otros, con el desembarco de líderes nacionales y con una suma de voces del ámbito socioeconómico –en otro tiempo menos activas– que quieren hacerse oír conscientes ahora más que nunca de lo mucho que hay en juego, concluimos de entrada que la visceralidad va a marcar de forma inevitable e ineludible estas dos semanas previas al «27-S».
Los datos del CIS han sido objeto ya de todo tipo de análisis e interpretaciones, pero por encima de todo reflejan una realidad que hemos vivido este fin de semana y que está marcada por la brecha abierta en la sociedad catalana y por el peligro cada vez más patente de un escenario de dos Cataluñas progresivamente distanciadas. El domingo 27 se va a votar previsiblemente con una participación más importante que en otras ocasiones, pero también con una mayor visceralidad y tras un elenco de argumentos que salen directamente de las tripas.
Decía Artur Mas en el arranque de la campaña electoral que «debe aceptarse el resultado de las elecciones», que «debe asumirse la decisión de la mayoría» y que «no puede ofenderse la voluntad de muchos catalanes». Toda una declaración de intenciones que aun no sorprendiendo viene a certificar tres cosas. La primera que quemará todas las naves por la consecución de una mayoría absoluta de escaños –aun por media cabeza de caballo– en favor de las fuerzas independentistas para justificar con una representación en la cámara autonómica una supuesta –que no real– mayoría en la calle. La segunda, que no aceptará el lapidario dato aritmético de los votos emitidos que puede dar con una minoría de favorables al independentismo en la línea de lo ya avanzado en la encuesta del CIS. Y la tercera, que el resultado de estos comicios que deben dar no sólo con un nuevo Parlamento, sino con un nuevo Gobierno, vale para todo menos para afrontar los problemas reales de los catalanes. La sanidad, la educación, el empleo, la gestión propia de gobierno les importa un bledo.
Pero aun asumiendo que la campaña va a ser especialmente visceral, la oportunidad se puede brindar como única para los ciudadanos de a pie que se levantan cada día para subir la persiana del pequeño negocio, ciudadanos presa del hartazgo y de la falta de resolución de los grandes problemas reales. La oportunidad que marca el «27-S» pasa por una gran movilización de esa «mayoría silenciosa» que con toda seguridad daría con el fin de la gran quimera soberanista y del «chollo» de quienes día a día rentabilizan el discurso del agravio permanente. Sí se puede; sí es posible mandar a su casa a Artur Mas con ese mismo argumento del actual president de «asumir la decisión de la mayoría».
El órdago a la grande que se ventila en Cataluña es tan serio que va a marcar algo más que el devenir en esa comunidad para los próximos años.
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