Cataluña

¿Y si Rajoy dice «acepto»?

Yo que Rajoy diría a los actuales gobernantes de Cataluña: «Acepto sus propuestas y seguiremos exactamente el ejemplo de Baviera, que es el más descentralizado de Europa» (recordemos que ésta venía siendo la reivindicación). Y se podría incluso organizar una comisión de expertos de Derecho Administrativo Comparado, a fin de observar qué se desprende en verdad de tal modelo bávaro, ampliando acaso alguna competencia, cierto, quitando otras, en efecto, pero, eso sí, suprimiendo entonces elementos políticos contrarios a la identidad del Estado, y normalizando la lengua española mediante su empleo en todos los lugares públicos, como fue siempre España desde los tiempos al menos de nuestros tatarabuelos, ya que el ministro Wert podría haberse quedado corto si se adopta este modelo federal alemán.

Si realizamos un viaje por los estados comparables al nuestro, es decir, aquellos que son suma históricamente de territorios diversos, primero, por ejemplo, Francia. Allí veremos un Estado democrático pero centralista y creyente en la idea de unidad y de nación. Si después en España hacemos algo distinto, deberíamos reconocer que estamos haciendo algo –en efecto– diferente, pero no invocar estos estados de referencia para después sumarse a tendencias políticas españolas que propugnan lo contrario. Si uno prosigue el viaje europeo hacia el Estado federal alemán, allí se comprobará, como decía, un respeto hacia todo aquello que se relaciona con la «lealtad» al Estado, el «uso de banderas», el empleo de la «lengua propia» (la que se utilizará en un ámbito privado, pero no en el oficial o público, o en el Parlamento bávaro, o en las escuelas o en las señales de tráfico) y, pese al arraigo histórico de aquélla, se oirá que estamos ante un dialecto. Y lo mismo si uno se traslada a Italia o Reino Unido, o incluso a Luxemburgo, donde, siendo incluso un país independiente, siguiendo con el ejemplo lingüístico, no se emplea oficialmente la «lengua propia» (como decimos en España ahora) ante la mayor autoridad del alemán (además del francés), lo mismo, por cierto, que en Suiza. Y por supuesto en otros países que pueden ser referencias para el modelo de Estado democrático que tenemos, así Estados Unidos, donde el partido más moderado se corresponde con tendencias incluso nacionalistas españolas.

Parece hora de abandonar los tópicos, para ser (como español) lo mismo que el francés es en Francia o el inglés en Reino Unido. Éste es el quid. Lo singular es que muchos en España, invocando estas referencias, después se suman a tendencias que llegan a resultados finalmente opuestos. Se exigiría al menos coherencia argumental. Recuerdo un profesor (en aquellos tiempos de la transición en que había socialmente ciertos tabúes de no fácil contestación) que acostumbraba a invocar maravillado Reino Unido y Estados Unidos, pero que después, cuando abordaba estas mismas explicaciones en clave española, al parecer todo aquello se traducía (posiblemente de forma incluso inconsciente) en adoctrinamientos (de izquierdas) que objetivamente en España no se corresponden con esas mismas ideas que acabo de comentar (hasta recientemente en los periódicos se ha publicado que Izquierda Unida es partidaria de la idea de la soberanía independentista de Cataluña). No entiendo cómo uno invocando a Margaret Thatcher o al mismo Obama después en España pueda sumarse a partidos o tendencias que finalmente vienen a ser, objetivamente, todo lo contrario de aquéllas.

Lo típico en España viene siendo invocar tales estados para después votar a partidos políticos que no propugnan estas ideas proclives a la unidad. Es éste un fenómeno ciertamente singular, además de bastante común. En general, hay algunos que se han convertido en «retóricos de la diversidad de España y sus regiones» cuando salen al extranjero (ya lo decía Ciorán que el español se pasa el día allí hablando de España), sin darse cuenta de que en el lugar que visita también existe igual o mayor diversidad, sin que en cambio allí se enfatice este fenómeno.

Al menos, es exigible un poco de coherencia intelectual o argumental, es decir, poner fin a eso de querer hacer algo acorde con Alemania o Francia, para después sumarse uno a tendencias que son contrarias de lo que allí realmente se manifiesta.