Restringido
Ya es cardenal un tal Blázquez
Un consistorio es una fiesta de color rojo en Roma. El nombre le viene del «sacrum consistorium», que era el consejo de los emperadores romanos para tratar asuntos importantes. En la Iglesia católica es el solemne acto en que se nombra a los cardenales, que ejercerán de asesores privilegiados del Papa y, cuando éste se muera o se retire, serán los encargados de elegir a su sucesor, si no han sobrepasado los ochenta años. Conoceremos entonces la feliz noticia por la «fumata» blanca de la chimenea del palacio apostólico. Ayer el Papa Francisco nombró a veinte cardenales en su primer consistorio, elegidos de «las periferias geográficas» y humanas, como la desértica y olvidada Castilla. Entre ellos, a dos españoles: al anciano Fernando Sebastián, una cabeza privilegiada, un buen teólogo, que fue rector de la Universidad de Salamanca y arzobispo de Pamplona y que estuvo, cuando fue necesario, en la línea aperturista y conciliadora del cardenal Tarancón; y Ricardo Blázquez, actual arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, que, cuando fue nombrado obispo de Bilbao, lo recibieron de uñas los nacionalistas y al que Xabier Arzallus llamó displicentemente «un tal Blázquez», denominación que hizo fortuna. Andando el tiempo, aprendió vascuence y se metió a los de Sabino Arana en el bolsillo. Ahora es cardenal –un siglo después vuelve a tener un cardenal la capital castellana– y preside la Iglesia española. El «tal Blázquez» es hoy la principal referencia de la misma, junto con Carlos Osoro, recién nombrado arzobispo de Madrid y que seguramente recibirá el capelo cardenalicio en el próximo consistorio. Son señales evidentes de la voluntad del Papa Francisco de renovar a fondo a la jerarquía eclesiástica en España, cuya influencia en la opinión pública ha decaído visiblemente en los últimos tiempos. También a la Iglesia llegan, como hace cincuenta años con el Concilio, aires de cambio. La importancia «política» del consistorio de ayer se demuestra en el hecho de la alta representación en tan solemne ocasión, con la presencia de la vicepresidenta y de los ministros de Exteriores e Interior, a pesar de que España ha dejado de ser un Estado confesional. Se comprueba así que, en contra de la opinión trasnochada de la izquierda, la religión no es un simple asunto privado, sino que ha de tener proyección social. Pero no faltarán las críticas. El «tal Blázquez» recibió ayer el birrete y el anillo de manos del Papa Francisco, con la novedad de que en el consistorio estuvo también presente el Papa emérito Benedicto XVI, dos formas distintas, pero no contrapuestas, de entender el gobierno de la Iglesia. El Papa Francisco, partidario de la Iglesia de los pobres, ha conseguido que el mundo entero vuelva a mirar a Roma con interés y esperanza. Ayer, en tan solemne ocasión, quiso rebajar los aires mundanos de este tipo de acontecimientos. El rojo cardenalicio hace referencia a la disposición para el martirio. Los cardenales se comprometen a defender la fe cristiana con su sangre, si es preciso. El Papa recordó con emoción a los cristianos perseguidos y advirtió a los nuevos purpurados, a los que exigió austeridad, sobriedad y pobreza: Esto «no es una promoción, sino un servicio». La clave está en la vuelta a los humildes y serviciales orígenes del cristianismo. Por la noche en la Embajada fue el verdadero acto político y mundano, con un revuelo de sotanas y de capisayos rojos.
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