Champions League
Yoko Ono
Culpar sólo a Simeone por lo mal que juega el Atlético no es justo. Si los laterales centran mal a derechas e izquierdas; si los centrocampistas no presionan y regalan la pelota; si los centrales son más tiernos que el Día de la Madre, si a Oblak le sorprenden en cada saque de esquina y los delanteros tienen menos luces que Puigdemont, la responsabilidad no es del entrenador, que alinea lo mejor que tiene. Y parece que el material es tan poco fiable que en cuanto marca ordena repliegue. Que no ha sido el caso, porque el primer gol (0-1), firmado por el español Míchel Madera, fue azerbaiyano. Increíble, pero tan cierto como la eliminación casi matemática y prematura de la Liga de Campeones.
En los 70, cogí tirria a Yoko Ono por encandilar a Lennon y separar a los Beatles. Encubría así mi frustración por la ruptura del mejor grupo de pop/rock de la historia. Qué tendría la musa japonesa, y qué conserva aún que la Generalitat la incluyó en un «lobby» de pago para difundir el «procés». Fin del monotema. Ni la viuda ni Puigdemont son responsables del descalzaperros rojiblanco.
Comprobado que el Qarabag no es la caraba de Bakú, pero sí un equipo disciplinado, animoso y «echao palante», en pos de las causas de la derrota del Atlético llegó el empate de Thomas. Ilusión renovada, con reservas. El Metropolitano llamó a rebato, vibró, Gameiro falló el 2-1, Paulo Henrique dejó a los suyos con diez, y con media hora por delante. Asedio, épica, angustia, nervios, temblores, la Champions en fase de evaporación, más muerte que susto, y las prisas. Para colmo, el Roma goleaba al Chelsea, que le metió 5-0 al insospechado verdugo rojiblanco.
Tres puntos y tres empates en cuatro partidos, dos goles marcados, tres encajados... El Atlético tiene un problema y no es Yoko Ono. Ni siquiera ganar en casa al Roma ni vencer al Chelsea en Londres garantiza su clasificación. Desastre total. Sin paliativos.
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