José Luis Alvite
Zapatos con sangre
En un almuerzo con Ramón Castro, me dijo mi colega de Onda Cero Compostela: «El descarrilamiento del Alvia me confirmó que el periodismo no existe hasta que en medio de una noticia tienes lágrimas en los ojos y sangre en los zapatos». De este modo reiteraba mi compañero una idea sobre la que hablamos con frecuencia en nuestro café de la mañana: El periodismo tiene que regresar a la calle, de donde no tendría que haber salido nunca. Un periodista ha de saber que su portal de casa es el último lugar en el que refugiarse de los inconvenientes de la realidad. Por eso Ramón estaba en la calle cuando ocurrió lo del tren y no dudó en correr fuera de servicio hacia el lugar de los hechos, arrastrado por ese impulso instintivo de alguien que sabe que reflexionar sobre la conveniencia de hacer algo a veces sólo conduce a encontrar una excusa para evitar hacerlo, igual que en un momento dramático de la batalla el soldado que reflexiona sobre el peligro y la muerte solo encuentra sensatas la cobardía de esconderse o la decisión de quemar el uniforme y retroceder. Para mi es un orgullo que existan tipos como Ramón Castro, o como el inestimable Nacho Mirás, de «La Voz de Galicia», que saben que el Periodismo es ese bendito oficio en el que aún se considera razonable que un hombre necesite una buena excusa para volver temprano a casa. El colega de Onda Cero duerme mal desde que ocurrió lo del tren y aún se mira los zapatos por si ha vuelto la sangre a ellos. Dio una lección de humanidad y entrega en los programas de Herrera y de Alsina y sólo se acostó dos días más tarde, cuando tuvo la certeza absoluta de que le esperarían otra vez las calles, ese lugar en el que siempre había el zapato de un periodista donde fuera que mease un perro.
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