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Letras líquidas

Democracia y revoluciones (o no)

Solo el 57% de los jóvenes europeos prefiere la democracia a cualquier otra forma de gobierno. Ni seis de cada diez

Más o menos desde Mayo del 68 los jóvenes actúan como un indicador de tendencias. Captan la esencia de lo que ocurre, lo tamizan pasándolo por su realidad y lo proyectan como en un juego de espejos para reflejar por dónde van las inquietudes de la sociedad. Laboratorios de su tiempo. Lejos quedan ya los adoquines y el césped de los inconformistas sesenteros, pese a algunos movimientos más recientes impulsados, sobre todo, por la Gran Recesión, y que intentaron agitar a los sistemas occidentales: Occupy Wall Street o el 15M, en sus distintas versiones europeas, mostraron la cara más reivindicativa de unas generaciones que se enfrentaban a parámetros colectivos que no satisfacían ni sus necesidades ni sus ansias vitales.

Manifestaciones, protestas y concentraciones dieron la vuelta al mundo para exigir cambios y mejoras. Ha pasado una década de aquellos movimientos y, como si la realidad se hubiera impuesto, las encuestas y sondeos que tratan de explicarnos qué nos pasa muestran una realidad tan preocupante como silenciosa. No vemos pancartas ni convocatorias de revueltas. Sin embargo, el desencanto, quizá uno muy profundo, parece haberse instalado en los responsables del mañana. Solo el 57% de los jóvenes europeos prefiere la democracia a cualquier otra forma de gobierno. Ni seis de cada diez. Así lo indica la encuesta «Europa Joven» de la Fundación TUI que abre el debate a la reflexión: ya no es que haya asuntos, económicos, políticos o ideológicos (las causas combinadas de las revoluciones, con más o menos preponderancia unos u otros) que no les preocupen o contra los que no tengan ninguna intención de levantarse, es que los jóvenes, directamente, no confían en el sistema en el que han nacido y crecido. En España, únicamente algo más de la mitad, el 51 por ciento, de quienes tienen entre 16 y 26 años se declara especialmente favorable a la democracia. Lo mismo ocurre en Francia y en Polonia es aún peor: se quedan en un 48.

Quizá Levitsky y Ziblatt realizaron hace unos años el retrato más certero de nuestra era, su archifamoso «Cómo mueren las democracias», al apuntar que el deterioro viene de dentro, de la decadencia en las instituciones y del olvido de que los daños en las estructuras se resuelven con más democracia y no aniquilándola. Y esta tesis se reafirma al ver a los jóvenes serbios luchando por sus principios liberales frente a las injerencias rusas en la revolución de colores. ¿Será que termina siendo contraproducente tenerlo todo demasiado fácil?