El buen salvaje
La dictadura del Orgullo: hasta aquí hemos llegado
La modernidad normativa se mueve entre enviarnos a galeras o a guillotinarnos las mamas o el pene si no se comulga con su ideario
Sólo eres cuqui si piensas lo políticamente correcto de las personas trans. Y de todo lo demás. Si las apoyas, a las trans, pero, como Ana Peleteiro, defiendes que en el deporte no pueden competir con las mujeres cisgénero porque «si han madurado como hombres, aunque bajes tus niveles de testosterona, la densidad ósea y el desarrollo muscular es diferente al de otras mujeres», lo cual parece bien argumentado sin ningún mensaje de esos que dicen de odio, te desean la muerte o que te partas una pierna. No solo hay que estar por la labor de toda la ideología o la farfullería de género sino que osas no apoyarla activamente ya puedes soñar con los vaqueros gays de Almodóvar: estás sentenciado.
La modernidad normativa se mueve entre enviarnos a galeras o a guillotinarnos las mamas o el pene si no se comulga con su ideario. Pocas veces la progresía estuvo tan al frente de una manifestación de camiones empastillados, dispuestos a atropellarnos. A Mario Vaquerizo, por decir que no le gusta celebrar el Orgullo porque él lo festeja siempre porque se siente «maricón todos los días» le llamaron «el Abascal Chachi», que, por otra parte, es lo más. El Abascal Chachi se le ha debido ocurrir a una mariliendre, como si lo estuviera viendo.
De fondo hay poco debate intelectual. No hay cabezas que expliquen o argumenten por qué hemos de estar en el lado bueno de la historia y por qué eso hará que nuestra sociedad sea mejor. La aceptación de los gays, afortunadamente, no está en cuestión, por más que los medios de la izquierda digan más o menos que van a fulminar los bares de ambiente con matarratas. Lo que era «underground» hoy aspira y es «mainstream»: tener un hijo, un perro y conservarse con los abdominales de Jesús Vázquez. Una familia de las de siempre. Con lo que el sistema ha regurgitado toda su filosofía tradicional. Lo de las carreras de tacones o llevar barba con labios pintados ya es algo que acepta cualquier madre.
Entonces, ¿a qué viene tanta aparente revolución cocida desde dentro de una burbuja burguesa? Verán, hay nuevas líneas rojas que se quieren cruzar, como la que no quiere Ana Peleteiro, para lo que se necesita a un colectivo que crea que forma parte de esa misma idea, que sus miembros se sientan víctimas no se sabe de quién o de qué. Hace unos días se publicó que los intentos de suicidio eran más numerosos entre los gays, pero es que los que más se suicidan son los hombres heterosexuales. Y así todo.
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