Bruselas

Crecer a contracorriente

La Prensa europea destacaba ayer el buen comportamiento de las economías de España y Portugal, frente al estancamiento del PIB de la eurozona, hasta el punto de cuestionarse si la crisis se había mudado al norte del continente. Pregunta retórica o no, lo cierto es que, para nuestros intereses, esa pretendida mudanza no es una buena noticia porque supone que nuestro país está creciendo a contracorriente, sin contar con el impulso de las grandes locomotoras de la Unión –Alemania, Francia e Italia– y en un momento de delicado equilibrio. En efecto, detrás de la recuperación española –con ese 0,6 por ciento de incremento intertrimestral del PIB– se encuentra el crecimiento de las exportaciones y la reactivación del mercado interno, factores a los que habría que añadir la reducción de la deuda de la banca, que vuelve a operar en los mercados en lugar de recurrir al BCE. Es decir, una situación de clara mejoría que puede verse comprometida si los países de la Europa rica, que son nuestros principales clientes, entran en recesión. Más allá de la situación alemana, que responde a causas coyunturales, deben preocuparnos los malos datos de Francia e Italia porque son consecuencia de decisiones políticas que no tuvieron en cuenta la experiencia de quienes sufrieron en mayor medida los primeros embates de la crisis. Hace dos años, Bruselas advertía al presidente francés, François Hollande, de la necesidad de tomarse en serio los avisos de los analistas financieros ante una situación económica que se resentía por la pérdida de competitividad y el exceso de gasto público. Y los hechos le han dado la razón. Aunque siempre es complejo establecer paralelismos, si el Gobierno socialista francés hubiera afrontado hace dos años una política de reformas estructurales, centradas en la reducción de un sector público desmesurado –y, al mismo tiempo, lastrado por la prepotencia de unas centrales sindicales de espaldas a la realidad–, como se ha hecho en España, es probable que el país vecino hubiera recuperado la senda del crecimiento. En su lugar, Francia se aboca a la recesión y asiste a la mayor destrucción de empleo de su historia reciente. Tampoco parece coyuntural la situación de Italia, donde el desorden fiscal y la caída de la producción convierten su abultada deuda – ¡el 136% del PIB!– en una bomba de relojería. También ha crecido la deuda española, que ha superado por primera vez el billón de euros, pero la diferencia sustancial con la situación italiana es que, mientras que el déficit de Italia crece, el nuestro se reduce conforme a las previsiones, lo que permitirá al Estado comenzar a amortizar deuda a partir de 2015. No son, pues, buenas noticias las que vienen de Europa. Al contrario. Impiden que la economía española aproveche todas las ventajas de su bien ganada competitividad.