Atenas

El precio del voto irresponsable

La sociedad griega se dio ayer de bruces con la realidad. El ultimátum del Eurogrupo al Gobierno de Alexis Tsipras señala claramente los límites del aventurerismo en la política, y debe llevar a la reflexión sobre lo que supone de perversión del sistema democrático el empleo consciente de la demagogia y el voluntarismo en la contienda electoral, y más cuando este comportamiento opera en el seno de una población gravemente afectada por una crisis económica y social. No estamos, sin embargo, ante el final del proceso negociador, entre otras cuestiones, porque la Unión Europea considera que la posible expulsión de Grecia del euro sería un fracaso político y moral del sueño europeísta y se resiste a tirar la toalla ante el empecinamiento de Atenas. Pero la rara unanimidad que ha presidido la exigencia al Gobierno heleno para que cumpla con los compromisos adquiridos revela una intención última que nadie debería desdeñar: es un aviso a navegantes, rotundo, que llega en un momento de desconcierto ciudadano por las consecuencias de una crisis de gravedad inédita. Un mensaje que pone en guardia frente a la proliferación en el Viejo Continente de partidos y formaciones populistas que atacan los fundamentos del sistema democrático y las reglas de convivencia que rigen en la UE. Esa misma unanimidad a la que nos referíamos antes es la mejor respuesta a quienes han pretendido presentar el problema griego como una extensión de la política doméstica española. Con diferentes acentos, pero el mismo fondo, los 18 países que comparten la moneda única con Grecia se han comportado como un bloque sólido. Pocas veces se han escuchado palabras tan duras en los foros de Bruselas como las dichas por el ministro de Finanzas germano, Wolfgang Schauble –«Lo siento por los griegos, han elegido un Gobierno que se comporta de manera bastante irresponsable»– con respecto a un socio. Pero, también, pocas veces habíamos visto un comportamiento tan fuera de los usos diplomáticos y del respeto a la política interna de los demás países como el que ha tenido el Gobierno de Alexis Tsipras, que ayer pudo comprobar que no había intereses espurios en la reclamación de que cumpla los compromisos adquiridos, sino leal responsabilidad con el dinero público de todos los europeos. Se le agota el tiempo a Grecia y la peor postura que puede tomar el Gobierno populista de Tsipras es transferir, una vez más, las responsabilidades de su fracaso a los demás. Son suyas las promesas irrealizables con las que ha engatusado a un pueblo herido por la adversidad económica. Un pueblo que está dejando de pagar impuestos –mil millones de euros se han dejado de recaudar desde la victoria de Syriza–, fiado en imposibles milagros.