PSOE
La democracia interna de los partidos no la miden las primarias
Los partidos de la izquierda, y algún recién llegado como Ciudadanos, no han parado de dar lecciones de democracia interna y de atribuirse una superioridad moral y política en este particular sobre el Partido Popular. Han esgrimido hasta el agotamiento las elecciones primarias como el sanctasanctórum de la corrección política cada vez que se han dado procesos electorales o de renovación de la nómina dirigente de las formaciones. En el manual del buen progresista ha sido básico arrojar las primarias sobre los populares en un intento de deslegitimar sus procesos internos, a sus líderes y sus candidatos. El PSOE ha sido especialmente insistente en esa cantinela, pues la participación directa de los militantes y los simpatizantes en la designación de candidato a la Presidencia del Gobierno y del secretario general ha sido esgrimida como argumento principal de un discurso que se jactaba del carácter democrático del partido en contraste con su principal adversario. Lo cierto es, sin embargo, que la experiencia no ha sido especialmente positiva por más que le intenten sacar todo el brillo posible al lema «un militante, un voto». Recordar los fiascos de Pedro Sánchez o de Josep Borrell, elegidos por este sistema, es remover un trauma para el PSOE que lo ha empujado en parte a la situación de postración actual. Es cierto que, en el partido, las primarias no generaron unanimidad y que voces con altas responsabilidades en otros tiempos renegaron siempre del modelo. Alfonso Guerra, por ejemplo, fue especialmente duro y corrosivo contra una fórmula que, en su opinión, «no es lo más democrático, como la gente piensa», sino que conduce al «cesarismo; el señor que sale elegido como gran líder dice: ‘‘el programa lo hago yo y la lista la hago yo’’». LA RAZÓN adelanta hoy que el equipo que trabaja en la renovación del proyecto socialista tiene en revisión el sistema para elegir a los líderes y a los candidatos. El procedimiento no les acaba de convencer. Y no nos extraña, pues más que dinamizar y enriquecer el desarrollo interno del partido, lo ha crispado hasta convertir la organización en un polvorín con un distanciamiento alarmante entre los dirigentes actuales y sus bases. Está en discusión además el grado de representatividad que tiene el voto de una militancia reducida en un partido hoy con cinco millones de votantes. El periodo de reflexión abierto es un ejercicio de responsabilidad y, se quiera o no, un acto de reconocimiento de que las primarias son un instrumento imperfecto que no pueden medir por sí solas la salud democrática de los partidos y de sus decisiones. Decir hoy que Podemos o el propio PSOE son grupos más abiertos a sus militantes que el PP es un eslogan que puede funcionar como propaganda, pero no es la verdad. Como no lo es que los afiliados al Partido Popular no puedan votar ni intervenir en los debates sobre el futuro de su formación. El método del voto delegado es tan democrático como otros y refleja el sentir de las bases con procedimientos tan válidos como el de ese «un militante, un voto», que, por las experiencias conocidas, ha reducido buena parte del día a día de los partidos en cuestión a la conexión del líder supremo y las bases, al hiperliderazgo, con un papel residual de las estructuras partidistas. Para el PSOE, la discusión en ciernes será delicada y un nuevo campo de batalla entre las partes en liza, pero hay argumentos de sobra para sostener que las primarias no son la panacea.
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