Conferencia Episcopal

La familia, baluarte de libertad

Madrid acoge un año más la fiesta de la Sagrada Familia Cristiana, que tendrá su acto central y multitudinario en la misa que se oficiará hoy en la plaza de Colón. Son ya siete años de una celebración que, por encima de ideologías u opciones políticas, representa el respaldo a una institución básica en la conformación del cuerpo social, cuya salud y estabilidad es fiel reflejo del progreso de una sociedad volcada en la defensa de las libertades y de los derechos fundamentales del hombre. Así, la puesta en valor de la familia y su buena salud es garantía de futuro para todos, puesto que en el seno de las familias bien estructuradas crecen y se forman en la responsabilidad hacia el resto de la comunidad los hombres y mujeres llamados a regir una sociedad más justa. Coincide esta séptima edición de la Fiesta de la Familia con la remisión al Parlamento de la ley que reforma la legislación abortista aprobada en 2010 y que trata de restablecer el principio del derecho a la vida del no nacido, tal y como lo contempla nuestro orden constitucional. No conviene separar la protección de la familia en su conjunto de la defensa de la vida, puesto que ambas cuestiones están estrechamente imbricadas. El aborto es siempre un fracaso sin paliativos, que afecta al conjunto de la sociedad, tanto más extendido cuanto peor es la situación en que se desenvuelve la institución familiar. De ahí que la pretensión, más arraigada en la izquierda, pero no exclusivamente, de considerar el aborto como si fuera un derecho inherente a la mujer, se convierte en un ariete contra el mismo concepto de la familia, tradicional o no, y por ende, contra la conformación de una sociedad equilibrada. La lucha contra el aborto y el infanticidio es la historia del largo esfuerzo de la humanidad en pro de la igualdad, la libertad y los derechos humanos. Y se quiera reconocer o no, esa lucha, interminable pero irrenunciable, debe mucho a los valores que conformaron el cristianismo y que han sido la base del pensamiento occidental; el conjunto de convicciones que han llevado al mundo regido por ellas al máximo exponente del desarrollo humano y social. Sin la noción cristiana de que todos los hombres nacen libres e iguales y están llamados a un destino común, la civilización seguiría lastrada por los dogmas excluyentes de la tribu. Desafortunadamente, el desarrollo de la humanidad no ha seguido un camino lineal ascendente, sino que ha estado plagado de tropiezos y retrocesos, al vaivén de ideologías que niegan al hombre como individuo, sujeto primordial de derechos. No en vano, fue la URSS, bajo una doctrina totalitaria, el primer país que legalizó el aborto, en 1920, y fue la China comunista la primera que lo impulsó como parte de su ingeniería social. De ahí que la lucha por la vida, por la familia, sea indisociable de la lucha por la libertad.