Editorial

La «otra Cataluña» pide la palabra

La «otra Cataluña» pide la palabra
La «otra Cataluña» pide la palabralarazon

El nacionalismo catalán tiene dos principios capitales, entre una larga lista de creencias y dogmas: «Las calles serán siempre nuestras», gritan, y Cataluña es un «solo pueblo». Sobre el primero, lo han demostrado estos días pasados con una demostración de violencia nunca vista hasta ahora y la complacencia de la mayoría pacífica del independentismo, tan comprensiva con una reacción lógica ante la sentencia del Tribunal Supremo. Decir que las calles «siempre serán nuestras» presupone que por lo menos la mitad de la ciudadanía de Cataluña, que se declara no independentista, debe aceptar este hecho porque, en todo caso, esa gran mayoría silenciosa es una anomalía que, guste o no, debe acatar las reglas del juego de la asfixiante hegemonía nacionalista. El segundo principio con el que se cierra la clave de bóveda sobre la que se sostiene todo el discurso nacionalista es la aceptación de un solo pueblo y un solo pensamiento. Es decir, una sociedad que comparte los mismos principios políticos inmutables y su destino, algo impropio de cualquier sociedad abierta, moderna y tolerante. Cataluña es diversa, pero con el inconveniente de que a una parte de ella se le ha negado la voz y se la ha excluido en nombre de una «Cataluña catalana» y nacionalista. Ya no sólo por parte de unos grotescos medios de comunicación públicos –esa TVE que actúa como partido único–, si no de la mismísima Generalitat, como ayer volvió a demostrar su presidente al recibir a 800 alcaldes de ayuntamientos que ha tomado partido a favor de la independencia. Esta prepotencia se frenó cuando el 8 de octubre de 2017, ante el asalto de las instituciones democráticas por los dirigentes de la Generalitat que ahora cumplen condena, esa sociedad silenciosa que había asistido a cómo el nacionalismo había arrasado la Constitución salió en su defensa. Por si su fanatismo les impedía ver que Cataluña no era un «solo pueblo», ni aunque electoralmente quedase claro, más de un millón de personas salieron a la calle. La situación vuelve a repetirse dos años después ante el nuevo acoso al que está siendo sometida la sociedad catalana bajo una tenaza cuyas consecuencias todavía se desconocen: la de la violencia y la comprensión de ese pacifismo que arroja bolsas de basura y, de nuevo, las amenazas de la Generalitat de que «volveremos a hacerlo». Hoy, de nuevo, Societat Civil Catalana ha convocado una gran manifestación en Barcelona a la que han sido llamados todos los que defienden la Constitución. «Es hora de decir basta. Los ciudadanos catalanes hemos sido muy pacientes permitiendo que los nacionalistas se apropiaran de nuestras instituciones, sustituyeran las banderas que nos representan a todos (la bandera española, la senyera y la bandera europea), por esteladas», proclama en un manifiesto. Y añade: «Hemos asistido impotentes a la malversación de los recursos que son de todos para dedicarlos a fomentar la separación, a quebrar la convivencia, a enfrentar a los catalanes entre sí y con el conjunto de los españoles». Ante este llamamiento es necesaria la unidad de los constitucionalistas, como ocurrió hace dos años, y al que se ha sumado a última hora el PSC. Ésa esa la única salida que tienen los socialistas catalanes , si quieren ser fieles a la mayoría de su electorado y conservar a esos votantes. Su estrategia de seguir apoyando un pacto con los nacionalistas para conservar algunos ayuntamientos es un campo minado, como se ha vuelto a comprobar con el vergonzoso manifiesto que ERC y PdeCAT han firmado con Otegi a favor de la autodeterminación. La salida política a este conflicto no pasa por aceptar los principios del independentismo, o ensayar tripartitos que fueron funestos, sino porque la Cataluña no nacionalista, los «otros catalanes», tomen la palabra y la acción política.