Mariano Rajoy
La unidad nos fortalece ante el terror; la fractura nos debilita
La estampa de la abarrotada Plaza Cataluña, con el Rey a la cabeza en ese minuto de silencio en memoria de las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils, acompañado del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, y del resto de los representantes de los partidos políticos e instituciones de Cataluña y España, envió el mensaje de unidad que la sociedad demandaba en circunstancias tan atroces como las sufridas. Todos juntos en torno a una misma causa, la de la lucha por la libertad, contra un enemigo, el fanatismo criminal que representa el yihadismo. El día después de la matanza, los servidores públicos debían transmitir que entendían el valor de la cohesión, un deber ineludible ante una ciudadanía necesitada del liderazgo firme de sus dirigentes frente a un ataque contra su libertad. Ese cierre de filas se sustanció en una reunión del gabinete de crisis con Mariano Rajoy y Carles Puigdemont y miembros de las administraciones central, autonómica y local, así como de los cuerpos de seguridad, para evaluar el alcance de la crisis y sus respuestas. Rajoy puso el acento donde debía cuando incidió en la necesidad de «trabajar juntos» y «como un equipo» contra el primer problema de Europa, el terrorismo, y apuntó que «lo que nos hace ser eficaces es que todas las fuerzas políticas estén unidas: todos dispuestos a tirar del mismo carro y con el mismo espíritu de victoria». No era una presunción, sino la certeza verificada en tantos años de lucha contra el terrorismo en este país. Puigdemont y sus hombres de confianza estuvieron allí, en la primera línea, codo con codo con el resto de los políticos del Estado de todo signo. Enfatizaron la trascendencia del trabajo de los Mossos y de las Fuerzas de Seguridad del Estado con la meta de que la sociedad viva en paz. El presidente de la Generalitat pudo y debió dejarlo ahí, pero quiso subrayar que «los ataques no cambiarán la hoja de ruta del procés» independentista. Como en todo este tiempo de abierto enfrentamiento con el Estado de Derecho y el sentido común, Puigdemont demostró no querer entender lo que las circunstancias demandaban ni saber cuáles eran las necesidades y las inquietudes de la gente siquiera en momentos tan dramáticos. Su pronunciamiento en favor de un acto contra la legalidad y la convivencia como es el referéndum separatista en horas tan críticas fue inoportuno, pero al menos confirmó que la demandada y querida unidad frente al terror no era el primero de sus planes y en todo caso era una opción relativa. Que sea la cabeza visible de un frente político que justifica la rebeldía ante las leyes y que acoge a un grupo político que alienta la violencia y la coacción como la CUP tendría que haber sido motivo suficiente para que el president recapacitara entre tanto dolor y consternación, y entendiera que su primera obligación debe ser siempre actuar conforme al bien común de todos los ciudadanos del territorio. Pensar que la matanza yihadista podría haber actuado como un aldabonazo a su conciencia era un deseo, más que una realidad. No se puede estar contra la legalidad y a su favor, no se puede parapetar en el mismo orden que intentan destruir, como si no pasara nada. En plena guerra global contra el yihadismo, en el que cualquier calle de los países aliados es el frente, torpedear aquello que nos hace fuertes para alentar lo que nos debilita y nos hace más vulnerables es desleal sobre todo con la gente. Ojalá, Puigdemont entienda lo que está en juego y sea capaz de supeditar los intereses de la minoría que representa a los intereses generales, aunque guardamos pocas esperanzas y somos muy escépticos. Puede que bastara con que saliera de su burbuja y comprobara las reacciones de cariño y cercanía de todos los rincones de España hacia Cataluña tras los atentados. Entendería que ese torbellino de afecto no se improvisa, sino que es el fruto de los lazos intensos propios de los compatriotas de una nación con siglos de andadura común. Comprendería por qué su propósito segregador es un disparate y un peligro en sí mismo para la libertad, pero también para la seguridad de todos los españoles.
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