Elecciones autonómicas
Las dependencias indeseables del PSOE
Cuando España se encaminaba a estar 10 meses sin Gobierno, Pedro Sánchez pronunció una frase de gran calado político, aunque breve: «No es no». De esta manera respondía a la propuesta de que el PSOE se abstuviese para desbloquear la situación política y hacer presidente a Mariano Rajoy. Al final fue que sí, algo que a la larga le ha beneficiado: Rajoy fue presidente, hubo moción de censura y Sánchez acabó en La Moncloa. Del gobierno con menos apoyo de la democracia con 137 diputados –el último del PP–, se ha pasado a otro aún con menos: 123, sin contar los 84 con los que Sánchez consiguió el Gobierno. Pues aquel «no es no que luego fue sí», lema del que el actual presidente hizo una teoría política, además de una pauta ética para guiarse en la cosa pública, vuelve a ponerse encima de la mesa a las puertas de la investidura del propio Sánchez. Primero ha sido la portavoz Isabel Celaá la que ha pedido a PP y Cs que se abstengan para facilitar el nombramiento de Sánchez como presidente por «servicio a España». Sin duda, parece excesivo, un punto perverso incluso, que le ofrezcan a Pablo Casado apoyar al gobierno socialista cuando éstos anunciaron el triunfo de las izquierdas. Más tarde, fue el secretario de Organización socialista, José Luis Ábalos, quien acotó la propuesta, recobrando ésta algo de sentido: «Me gustaría más confiar en la abstención de Ciudadanos». Sería lo lógico, pero parece imposible. Albert Rivera ya ha dicho su «no es no». Las razones son las mismas que expuso Celaá, pero añade algo más que, aunque sabido, adquiere gran interés oyéndolo por un destacado dirigente socialista: el Gobierno no quiere depender de los independentistas. A buenas horas. Es decir, de los mismos que permitieron el vergonzoso triunfo de la moción de censura. Esgrimir el argumento «por la estabilidad de España» para reclamar la abstención de Rivera con el angustioso, incluso cómico, llamamiento de «¿por qué no puedo pedir que nos libre de esa dependencia?» indica la instrumentalización que el propio Gobierno hizo de los separatistas para llegar a La Moncloa, y no al revés. La misma que sigue haciendo para presentarse ante las elecciones del 26M como una fuerza moderada. Contar con los votos de ERC, los de Puigdemont y Bildu si hiciera falta para investir a Sánchez tiene graves consecuencias: la centralidad se ha desplazado hacia un radicalismo que empieza a concretarse plásticamente. Se ha dado vuelo a fuerzas políticas que se han situado fuera del orden constitucional, queriendo aislar a PP y Cs como partidos que son apenas una variación suavizada de VOX. El PSOE quiere ahora escenificar su ruptura con el independentismo tras el veto de éstos al nombramiento de Miquel Iceta como senador –lo que le hubiera llevado a la presidencia de la Cámara Alta–, pero, después de todo, la solución no altera en nada el objetivo: Meritxel Batet presidirá el Congreso. Una escenificación que no impedirá que Sánchez retome el «diálogo» con los separatistas a partir del lunes 27. La manera de actuar de Sánchez en los tanteos para la investidura es de una gran frivolidad: no se puede proponer la abstención a partidos a los que no se les ha revelado cuáles son los planes del Gobierno para Cataluña. No se les puede pedir un «servicio a España» cuando se trata de un puro tacticismo con miras a los próximos comicios. Y no puede hacer cómplice de su falta de respeto institucional cuando ha decidido nombrar a los presidentes del Congreso y el Senado sin contar con los grupos parlamentarios, que es a quien le corresponde. Si Sánchez no tiene la mayoría deseada –ser investido sin el apoyo de los independentistas– no le queda otro camino que convocar elecciones.
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