Bruselas

Mariano Rajoy exige al partido unidad y confianza en la victoria

La Razón
La RazónLa Razón

No deberían distraerse los dirigentes del Partido Popular en esa invitación a la hermenéutica de «quién ocupa qué fila en la foto», entre otras cuestiones, porque no tiene el menor interés para esos votantes populares que, según todas las encuestas, todavía se decantan por la abstención y que pueden condicionar mucho más el resultado de las próximas elecciones generales que el previsto trasvase de votos hacia una formación como Ciudadanos. Sin duda, para el Partido Popular, estos cuatro años de legislatura han sido muy duros, con el desgaste inevitable de quien tiene que gestionar los malos tiempos, y no sólo desde el punto de vista del ajuste presupuestario. En efecto, la legislatura ha atravesado por momentos una «tormenta perfecta», en la que se cernían sobre el Gobierno los problemas de tesorería, las exigencias de Bruselas, la falta de crédito internacional, el paro galopante, la deslealtad de los separatistas catalanes y el descubrimiento de una corrupción que venía de antes y que, además, fue magnificada por la oposición socialista hasta el punto de llegar a poner en riesgo la estabilidad del sistema, favoreciendo la irrupción de los movimientos radicales de izquierda. Movimientos como Podemos, que se auparon sobre la denuncia general y demagógica contra toda la clase política, la maldecida «casta», y sobre el rechazo al innegable éxito de la Transición. En definitiva, las viejas demandas de la extrema izquierda extraparlamentaria convertidas como por ensalmo en el paradigma de la modernidad y el cambio. Nadie es más consciente que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, de las dificultades que ha tenido que superar la sociedad española y de las consecuencias para su partido de una acción de gobierno inexcusable, ingrata pero de largo alcance. Con la perspectiva que da el tiempo, esta etapa de la vida española será comprendida como lo que es: la superación de un gran desafío que ha traído una profunda reforma de las estructuras del Estado, la modernización de sus parámetros económicos y unas bases nuevas para la regeneración del sistema político. Ayer, en Toledo, Mariano Rajoy reunió a toda la plana mayor del Partido Popular con un doble propósito. Primero, trasmitir la necesidad de recuperar la unidad, el orgullo de pertenencia al partido y la fe en la victoria a unos cuadros preocupados por los síntomas de desfondamiento y apatía que se advierten en un amplio sector de la parroquia popular. Segundo, marcar la estrategia electoral ante la convocatoria del 20 de diciembre, desde el convencimiento de que la labor hecha –«los hechos y no las viejas palabras de antes»– es la mejor carta de presentación, el aval más sólido, ante los electores. Una estrategia que pone en valor la recuperación económica y el proceso reformador, pero, también, que señala los peligros para el futuro de España de una vuelta a las políticas anteriores o de caer en un periodo de inestabilidad institucional, que esterilice todos los esfuerzos. Para el PP, el adversario es, por supuesto, un partido socialista desorientado, hipotecado por alianzas contra natura y sin un programa de gobierno que pueda ser creíble. Rajoy marcó ayer la senda a los suyos. Si en el Partido Popular son capaces de sobreponerse a sus propios temores y desalientos, con toda seguridad conseguirán movilizar a quienes se han sentido en estos años desilusionados o ignorados, pero que saben que España se juega mucho en el gran envite de diciembre.