Bruselas

Merkel y el futuro de Europa

Un respingo recorrió ayer las cancillerías de media Europa. La canciller alemana, Angela Merkel, anunció que no se presentará a la reelección como presidenta de su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), y que este será su último mandato –oficialmente finaliza en 2021– al frente del Gobierno germano. «Siempre quise llevar con dignidad mis cargos y dejarlos con dignidad», afirmó ayer Merkel tras los pésimos resultados de las elecciones regionales celebradas el pasado domingo en el «Land» (estado federado) de Hesse. Atrás queda un pasado político que ha situado a Alemania no sólo como la locomotora económica de Europa, también como el socio político con más peso en el ajedrez de los miembros de la Unión Europea. Y todo ello parejo a una dirigente que en 2005 hizo historia por partida doble al convertirse en la primera mujer y primera persona crecida en territorio comunista que accedió a la Cancillería de la Alemania reunificada, imponiéndose en las urnas al socialdemócrata Gerhard Schröder. Desde ese momento, Merkel marcó la política germana –que es tanto como decir el devenir de Europa–, con momentos clave, como la aplicación a Grecia de un estricto control del gasto, que también se trasladó al resto de los países, e impidió un déficit excesivo que hubiese hecho saltar por los aires el euro. En ello contó con la inestimable ayuda del Banco Central Europeo a la hora de marcar la disciplina monetaria. En otro de sus momentos cumbre como estadista, marcó distancias con tirios y troyanos al aceptar dentro de las fronteras alemanas a más de un millón de refugiados –algo que le traería graves consecuencias– pues auparía a la extrema derecha en las elecciones regionales que, al fin, han acabado con su futuro político. La política sobre inmigración de la UE es heredera de Merkel y sin duda cambiará de modo drástico tras su marcha. Ella fue también la que levantó el estandarte de la «independencia y soberanía» de la Unión frente a gigantes como Donald Trump o Vladimir Putin. Dos colosos económicos y de indiscutible peso político que han intentado –y sin duda volverán a hacerlo– abrir una brecha en la gestión de los asuntos europeos por los propios europeos. Dentro de los futuribles y como potenciales sucesores al frente de la CDU se han postulado ya la secretaria general del partido, Annegret Kramp-Karrenbauer, leal a la línea de Merkel, y el ministro de Sanidad y representante del ala más derechista de la CDU, Jens Spahn. A ellos les tocará gestionar la herencia de una canciller que dejará Berlín –y también Bruselas– con un último éxito: la salida de Gran Bretaña del club comunitario –o no–, en las mejores condiciones para los que se queden, obviamente. Parece un guiño del destino que la elección del próximo líder de la CDU tenga lugar en el congreso del partido que se celebrará en Hamburgo, la ciudad en que nació Merkel en 1954 y que ésta abandonó poco después con su familia, al ser asignado su padre, un pastor protestante, a la parroquia de la Alemania comunista donde ella pasó su infancia y juventud. Una cierta nostalgia acompaña el adiós de una canciller que ha hecho historia. Un anuncio que ayer fue lamentado por casi toda la clase política europea. Por ser mujer, por tener una perspectiva política de la gestión pública centrada y alejada de las posturas maximalistas que tanto abundan en la nueva globalización y por hacer real, una vez más, la frase de Thomas Mann de impulsar «una Alemania europea en vez de una Europa alemana». Un gran legado.