Unión Europea

Ni demagogia ni desamparo

La Razón
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Frente a la inmensa tragedia de la guerra civil siria, que hoy cumple cinco años, la Unión Europea no ha sido capaz de arbitrar una acción exterior conjunta y coherente que hubiera podido, cuando menos, reducir el sufrimiento de una población atrapada en la barbarie de un conflicto fratricida de carácter nacional, pero que está inscrito en el marco más amplio del enfrentamiento sectario entre las dos ramas principales del islam –la chií y la suní, encabezadas por Irán y Arabia Saudí, respectivamente–, que ha extendido la violencia y el terrorismo a escala mundial. Un conflicto, además, en el que operan otros actores, como Turquía y Rusia, que anteponen intereses estratégicos y políticos propios que en nada ayudan a la búsqueda de una salida pactada entre los múltiples contendientes. Por el contrario, la guerra ha sido alimentada desde el principio con armas y voluntarios venidos del exterior, hasta devenir en un escenario de la pugna renovada entre Moscú y la OTAN. Pero si la Unión Europea, agarrotada por las divergencias internas y escarmentada por el fiasco de su papel en Libia, había conseguido orillar mal que bien una intervención en la guerra siria, al final no sólo se ha visto implicada directamente en la mayor crisis humanitaria habida desde la Segunda Guerra Mundial, sino que ha dejado patente su incapacidad para resolverla. Porque no se trata ya de buscar responsabilidades externas a un fenómeno, el de la llegada masiva de refugiados sirios y de otros países que hasta entonces se hallaban bloqueados en Turquía o habían encontrado refugio en otros países limítrofes, notablemente Líbano y Jordania, sino de reconsiderar los errores cometidos, que, ciertamente, han sido muchos, y, sobre todo, de no maniatarse a los vaivenes de una opinión pública europea que, en este asunto, viene siendo sometida a unas altas dosis de demagogia. Sin duda, el primer error de bulto lo cometió la canciller alemana, Angela Merkel, al instar a los países de la frontera exterior a franquear el paso a los sirios que llegaban a través de Turquía, con lo que se incumplía el Tratado de Schengen –que establece que los peticionarios de asilo deben ser identificados y presentar su solicitud en el primer puesto fronterizo al que arriben–. El inmediato efecto llamada, amplificado por el Gobierno de Ankara, desbordó todas las previsiones y acabó por remover los mismos cimientos de la Unión, hasta el punto de poner en riesgo el principio irrenunciable del libre tránsito de sus ciudadanos. Pero el despropósito no acaba ahí. Así, del buenismo irreflexivo, que no tenía en cuenta la dimensión del desafío planteado ni los medios para hacerle frente, se ha pasado a la reacción temerosa de las poblaciones más directamente afectadas, sobre las que ha operado con innegable éxito, incluso electoral, la propaganda del miedo vertida por el populismo más nacionalista. Llegados a este punto, la solución no puede estar en un bandazo de 180 grados, que supone, una vez más, el incumplimiento de la normativa comunitaria y de los tratados humanitarios. Ni es legal proceder a expulsiones colectivas e indiscriminadas de refugiados, ni es honorable o siquiera práctico ceder a la extorsión del Gobierno turco, ni es conveniente actuar bajo la presión de una opinión pública en estado de alarma. En este sentido, ayer, el ministro de Asuntos Exteriores en funciones, José Manuel García-Margallo, expuso la posición que mantendrá España en el Consejo Europeo y que, a nuestro juicio, parece razonable: cumplimiento de la legislación con la revisión individual de las peticiones de asilo y expulsión de aquellos que no cumplan las condiciones exigidas. Para ello es preciso recuperar la unidad de propósito de la UE, que tendrá que abordar de una vez por todas el problema del control de las fronteras exteriores. La política de parches seguida hasta ahora, que siempre llega tarde y regatea el apoyo a los socios que conforman el perímetro exterior –Grecia, Italia y España, principalmente– no conseguirá el necesario efecto disuasorio. Pero también se debe actuar en el origen del problema, en este caso, redoblando los esfuerzos para consolidar el proceso de paz en Siria, intención que no puede quedar en un simple brindis al sol. El sufrimiento de quienes huyen de una guerra tan terrible no se puede tratar desde la demagogia ni, mucho menos, desde el desamparo. No hay soluciones mágicas, pero no es un problema imposible si hay voluntad común y perseverancia.