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Sánchez se desentiende del precio de su bloqueo político

La Razón
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Peor que la tozudez de los hechos es la resignación ante la fatalidad. En un amplio porcentaje de la opinión pública se ha instalado la idea de que pueden celebrarse por tercera vez las elecciones y que no pasa nada, que España seguirá funcionando. Así es, las constantes se verían inalterables, pero estaríamos en muy poco tiempo abocados a una recesión económica drástica y a retroceder en los avances realizados contra la crisis y el desempleo. Hay una gran responsabilidad política en esa despreocupación de la que está haciendo gala Pedro Sánchez. Se comprometió, como el resto de líderes políticos, a que no se repetirían las elecciones y, sin embargo, su actitud ha sido la de evitar por todos los medios que Rajoy consiga la investidura, aun siendo el partido más votado. Su actitud de brazos caídos, de desentenderse de las consecuencias de este obstruccionismo y de mirar hacia otro lado, como si no fuera responsable del endiablado mapa electoral, abona ese conformismo que invita a que la ciudadanía mire con resquemor los asuntos públicos. Es cosa de políticos, ya se apañarán... Y no falta razón: los ciudadanos han votado en dos ocasiones en el plazo de seis meses, han dado la victoria al PP y han situado al PSOE en el nivel más bajo de su representación desde 1977. Sin embargo, Sánchez se niega a leer con realismo estos resultados e insiste en aislar a los populares, lo que supondría paralizar las grandes reformas que debe llevar a cabo el país, incluidos los compromisos inmediatos de los presupuestos y el techo de gasto. Sólo así puede explicarse que desde que los socialistas ganaron las elecciones por última vez, en 2008, con 11.289.000 votos, hayan perdido más de las mitad de los apoyos, quedándose en 5.424.000. Con este bagaje político Sánchez quiere gobernar España. O lo que es peor: impedir que la gobierne el partido que puede sumar más votos. De cumplirse el peor de los augurios, la tendencia hacia la desafección política iría en aumento. Según una encuesta de NC Report, sólo el 55,3% votaría en unas próximas elecciones, lo que supone una abstención del 44,7%, el nivel más alto alcanzado. No es una deserción inocente: un 22,3% de los votantes socialistas confiesan que no volverán a acudir a las urnas, seguidos por los de Ciudadanos, con el 19,9%. El electorado de este último partido es el que muestra menos fidelidad: un 25% cambiaría el sentido de su voto; le sigue el PSOE con el 16,7%. Por lo tanto, con todas las precauciones, puede adelantarse que los socialistas volverían a sufrir un nuevo descalabro, incluso perderían la posición de primera fuerza de la oposición. La postura de Sánchez es en estos momentos insostenible por la ausencia de un discurso coherente, de una argumentación sólida sobre su negativa a que los socialistas se abstengan y por desentenderse de las consecuencias que ya está teniendo el bloqueo político. Ya no se trata sólo de la investidura, sino de la gobernabilidad y del papel que PSOE y Podemos pueden jugar como contrapeso a los acuerdos del Gobierno. Los inversores están atentos a la legislación y las dudas abiertas sobre la reforma laboral, la subida de impuestos sobre el ahorro y las empresas y el aumento del gasto público. Desde junio de 2015 a mayo de 2016, la inyección de capital se ha reducido en 6.800 millones. Todo indica que puede caer más. Según un estudio del BBVA Research, la situación política española podría suponer tres décimas del crecimiento en 2016 y seis en 2017, lo que conllevaría un coste de 10.000 euros y una pérdida de 150.000 empleos. Mientras, Pedro Sánchez mira hacia otro lado.