África

Benedicto XVI

Traspaso del testigo de la fe

La Razón
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Veinticuatro horas después de ser elegido Pontífice, y una vez superada la sorpresa inicial de que la elección recayera en un cardenal poco conocido, bien puede decirse que el Papa Francisco ha concitado el cariño y la admiración de las gentes, no sólo de los católicos, sino también de todos aquellos que perciben en su personalidad un talante de sencillez y humildad, un espíritu cálido y una vocación de servicio a los más necesitados. Han fracasado los intentos de etiquetarle con categorías ideológicas, que sólo esconden prejuicios, por la sencilla razón de que el Pontífice argentino atesora una vida ejemplar como pastor de almas, como director de equipos y como defensor de la verdad evangélica. Tres cualidades que sin duda le serán muy necesarias para gobernar la barca de la Iglesia en los próximos años. De entrada, conviene subrayar que sus primeros actos han sido llamar al Papa emérito, después de hablar con él la misma tarde de la fumata blanca, y desplazarse a rezar a la basílica de Santa María la Mayor, de especial significación para la Compañía de Jesús. Son dos gestos que simbolizan el traspaso del testigo en la silla de Pedro y el deseo de iniciar su pontificado orando en el mismo altar donde Ignacio de Loyola celebró su primera misa. Pero son también dos decisiones que revelan la voluntad del Papa por acrecentar la unidad en el seno de la Iglesia, por incorporar a la tarea a todos los sectores, movimientos y carismas, sin favoritismos ni relegaciones. No en vano los últimos mensajes de Benedicto XVI como Pontífice hicieron hincapié en la unidad de la Iglesia como la encomienda más urgente. No es la única, desde luego, a la que se enfrenta el Papa Francisco de puertas adentro; hay otras muy necesarias para devolver la transparencia al gobierno eclesial y para cerrar completamente el doloroso, aunque haya sido muy excepcional, capítulo de los abusos sexuales. A quien tuvo coraje como obispo para enfrentarse a los poderosos, no le temblará el pulso como Papa para purificar la Iglesia. Por lo demás, parece claro que donde se ha recibido con mayor aplauso el nombramiento del Papa Bergoglio ha sido en Iberoamérica. No sólo por la razón obvia de ser argentino, sino porque conoce muy a fondo los problemas religiosos y sociales de un continente en ebullición y en pleno despegue económico, que se debate entre el populismo marxista y la democracia parlamentaria y que padece una hipertrofia de sectas religiosas ante las que la Iglesia debe dar una respuesta desde la fe, la educación, la catequesis y la acción solidaria. El catolicismo vive en Iberoamérica un momento de esperanza y desarrollo, en el que se miran otras comunidades como las de África y Asia, amén de Europa. Todo lo que allí suceda en los próximos años será decisivo para la Iglesia del siglo XXI.