ETA
Una matanza que no hay que olvidar
Mañana se cumplen treinta años del atentado de Hipercor en Barcelona, la mayor matanza cometida por la banda etarra, en el que los terroristas asesinaron a 21 personas – cuatro niños entre ellas– e hirieron a otras 45. Las tres décadas transcurridas han visto el triunfo de la democracia y la libertad sobre el terror, la victoria, en definitiva, del Estado de derecho sobre la violencia totalitaria, pero, sobre todo, el final del discurso turbio con el que una parte de la izquierda española y de los movimientos nacionalistas pretendieron cubrir ideológicamente la actuación criminal de ETA. Basta con hacer memoria, o con acercarse a la hemeroteca de aquellos años de plomo, para descubrir el infame mecanismo de propaganda que trataba de enmascarar la vileza. Ocurrió, por supuesto, con el atentado de Hipercor, como con otros muchos. En el caso de la matanza de la Avenida Meridiana de la Ciudad Condal, no faltaron dirigentes políticos intentando transferir parte de la responsabilidad hacia las Fuerzas de Seguridad del Estado por no haber desalojado el centro comercial tras el aviso de bomba. Con esa infamia, que hoy nos parece impensable, se hacía pasar un ataque directo e indiscriminado contra la población civil como un «fallo de cálculo» de los asesinos. La investigación policial y el posterior juicio acabarían por desmontar una insidia que, durante muchos años, formó parte del relato justificativo de los proetarras y que, aunque parezca mentira, consiguió contaminar una sentencia de la Audiencia Nacional. Pero aquella matanza, como todos los asesinatos de ETA, fue la consecuencia lógica del intento de imposición de un ideario político mediante el terror, sin límites morales o principios éticos. Los autores directos fueron los etarras Josefa Ernaga, Domingo Troitiño y Rafael Caride Simón, que es el único de los tres que permanece en prisión, ya que los dos primeros se beneficiaron de la anulación de la «doctrina Parot» por el Tribunal de Estrasburgo. No sólo introdujeron un vehículo cargado de 30 kilos de explosivos y cien litros de gasolina, mezclada con escamas de jabón y disolventes –para producir un efecto napalm– en el estacionamiento de un centro comercial abarrotado, sino que en sus avisos de bomba proporcionaron información equivocada sobre la hora prevista de la explosión, con la que pretendían ampliar sus efectos. Incluso, aunque no se pudo probar, pudieron estar detrás de la oleada de falsos avisos de bomba que sufrió en fechas previas la ciudad de Barcelona. Es preciso recordarlo porque, pese a la derrota, muchos de los que jalearon o justificaron el terrorismo etarra quieren reescribir la historia. En este sentido, se ha dicho que el atentado de Hipercor significó «un antes y un después» en el cambio de percepción de la sociedad española sobre ETA, precisamente, porque se trató del primer ataque deliberado contra población exclusivamente civil. Pero no es cierto. La sociedad española percibía perfectamente la naturaleza criminal de la banda. En todo caso, Hipercor despojó de las últimas excusas a quienes buscaban réditos políticos en la vergonzosa ambigüedad. Pero ya es pasado, y en estos días, todas las instituciones, desde el Ayuntamiento de Barcelona al Gobierno, pasando por el Parlamento catalán, se están volcando en el homenaje a las víctimas de aquella matanza, conscientes de que sólo desde el reconocimiento del dolor sufrido –que es de toda la sociedad española–, desde el relato veraz de lo que fue la defensa de la libertad y el orden constitucional, se conseguirá la derrota total de terrorismo y la desaparición de la banda asesina que más daño ha hecho a los españoles.
✕
Accede a tu cuenta para comentar